Capitulo 4

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Al día siguiente me quedé en casa. Sentada sobre el sofá, comiendo y viendo películas. De repente alguien llamó a la puerta. Eran las nueve de la tarde. Tenía la sensación que estaba pasando algo por alto, pero no sabía el qué. Me puse las zapatillas de conejo y, sin importar mis pintas, abrí la puerta dispuesta a... Mierda.

—¡Dylan!—. Sentí que me moría de vergüenza.

Él estaba tan guapo. Llevaba una sudadera negra y unos tejanos oscuros. El partido. Eso había estado olvidando toda la tarde.

—Hola. ¿Vengo... en mal momento?—. Dijo reprimiendo una sonrisa mirando mis zapatillas.

—Para nada, pasa. Estaba buscando qué ponerme—. Mentí algo nerviosa—. Tú espérame aquí. Bajo en cinco minutos.

Subí corriendo a la habitación y busqué algo en el armario. Me puse un jersey de cuello alto rojo y una falda de tubo marrón a juego con unos botines.

—Ya estoy—. Dije mientras bajaba—. Siento haberte hecho esperar.

—No te preocupes. Estás preciosa—. Me sonrió muy dulcemente. —¿Vamos?

Asentí y lo seguí hasta un porsche negro descapotable.

—¿Es tuyo?

—Sí—. Abrió la puerta del copiloto y me ayudó a sentarme.

Él entró de piloto y, justo después de meter la llave en el contacto, alguien apoyó su mano en la puerta por el lado de Dylan. No sé quitó las gafas de sol, pero sentí su mirada clavada en mí, con la misma sonrisa de la otra noche.

—Gracias por acceder a llevarme, hermanito—. Dijo finalmente el rubio, mientras se subía a la parte trasera del coche. —Mamá me ha dicho que me esperabas aquí.

Espera, ¿cómo que hermanito? Un montón de preguntas sin responder me empezaron a comer la cabeza en menos de cero coma cinco segundos.

El silencio de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora