Capítulo 28

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Cuándo desperté a la mañana siguiente, tanto Aisha como Chris habían desaparecido. No estaban por ningún lado de mi habitación. Estaba desnuda bajo las sábanas. Me levanté, mientras me ponía unas bragas y un sujetador, y escuché la radio encendida proveniente de abajo. Me puse una camiseta larga y bajé, pero no vi a nadie.

—¿Hola? ¿Deméter? ¿Tathania?

Me di la vuelta tan rápido que mi cuerpo chocó con el de Chris, quien extendía su mano en mi dirección y la otra la escondía detrás de su espalda.

—¿Bailamos?—. Preguntó con una sonrisa ladina.

Sus ojos estaban igual de caídos que siempre.

—Chris—. Sonreí un poco de la misma manera. —¿Bailar? ¿Ahora?

Me pasó por el lado y empujó la mesa del comedor contra una pared. También empujó el sofá, dejando un gran espacio en el salón.

—Chris, tus padres llegarán en cualquier momento.

No dijo nada. Caminó hacia la radio y giró la ruedecilla para cambiar la emisora. Entonces comenzó a sonar aquella canción.

"I tuoi particolari"; Ultimo.

Volvió a mirarme, me cogió la mano y me llevó lentamente al centro de la sala. Enredó sus dedos de la mano derecha con los míos y las llevó unidas a un lado hacia arriba. Luego, me cogió la otra y, después de plantarle un suave beso en la parte trasera, me la colocó sobre su hombro, y él llevó la suya izquierda a mi cintura. Comenzamos a movernos muy lentamente girando sobre nuestro eje. Nuestras miradas se enredaron al mismo compás. Ambos sonreíamos, locos perdidos; locos de amor.

È da tempo che cucino e, metto sempre un piatto in più per te—. Cantó con la música casi en un susurro.

Cantaba bien. Tanto que un escalofrío me reocrrió toda la espalda, hasta provocarme un orgasmo auditivo. O quizá exageraba y solo era su voz la que me hacía sentir así.

A medida que la canción avanzaba nos movíamos más rápido.

Sono rimasto quello chiuso in sé, che quando piove ride per nascondere. Mi mancan tutti quei tuoi particolari. Quando dicevi a me; Ti senti solo perché non sei come appari.

Y, cuándo llegó el estribillo, ambos nos pusimos a cantar, porque, sin saber como, yo también conocía esa canción. Y nos desplazamos bailando por toda la sala, entrando a las habitaciones y saliendo por otras puertas que ni siquiera sabía que estaban ahí. La casa era como una rotonda. Chris siguió cantando la vuelta a la parte lenta, y a la segunda del estribillo solo se escuchaba la radio, sin saber cómo, más alta de lo habitual. No me importaba nada. Estábamos solos; él y yo, sin nadie más, excepto la música y el silencio cuándo era necesario. Pero, si no había música, entonces me la imaginaba en mi cabeza, porque me salía automático cuándo lo miraba a los ojos.

Finalmente, acabamos en la azotea; como si estuviéramos en una de las escenas de "The greatest showman".

Se solamente Dio inventasse delle nuove parole potrei scrivere per te nuove canzoni d'amore e cantartele qui.

De repente nos quedamos quietos, él uno frente al otro. Con sus largos dedos me acarició un lado de la cara y colocó un mechón rebelde detrás de mi oreja. Me sujetó por el mentón y, con el pulgar de la misma mano, acarició una de mis ojeras, como si estuviera llorando, pero no. Se acercó más, acercando sus labios a mi oreja, y susurró la última frase:

Potrei cantartele qui.

Volvió a mirarme, pero ya sin esa sonrisa. Ahora estaba más serio. En sus ojos podían verse el hambre y la pasión. Y, después de unos eternos segundos, nos sumergimos profundamente en un beso que comenzó dulce, suave y gentil, pero terminó siendo otro muy apasionado.

El silencio de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora