Capítulo 27

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—¿Y no tienes padre?

—Murió.

—¿Murió, o huyó como el cincuenta por ciento de los padres?

—Esa estadística te la has inventado.

—No ignores mi pregunta.

—Murió.

—Ya, claro. ¿Y de qué murió?

Mi mirada se desvió hacia el frente, dándome cuenta otra vez de lo que estaba pasando.

—Para—. Miré a Aisha, que estaba sentada frente a mí en su cama. —No quiero recordar este momento.

—Nunca quieres recordar nada, pero és lo que te toca.

—Sal de mi cabeza. Esto no es real.

—¿De qué murió?

—¡Te he dicho que pares!—. Grité cabreaba poniéndome en pie

Aisha solo me miraba, callada, sin ninguna expresión. Al ver que no reaccionaba, me dejé caer sentada sobre el colchón. Bajé la mirada a mis pies. Enseguida los ojos se me nublaron a causa de las lágrimas.

—Si quieres que esta paranoia termine, vas a tener que enfrentar tu mayor miedo.

—No quiero hacerlo.

—Es la única manera, rubita.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué a mí?

—Daniela. Daniela. Daniela—. Comenzó a decir sucesivamente.

La miré, y enseguida supe que estaba volviendo a pasar lo mismo de siempre.

—¿Y no tienes padre?

No contesté. Me quedé mirándola horrorizada, y una voz detrás de mí, su voz, repitió lo mismo.

—¿Y no tienes padre?

Me giré rápidamente, encontrándome con la pared. Me volví a dar la vuelta y Aisha estaba en la ventana fumando. Tiró el cigarro y caminó hacia su cama sentándose como antes.

—¿Y no tienes padre? Daniela. ¿Murió, o huyó como el cincuenta por ciento de los padres? ¿De qué murió? Daniela. Daniela. ¡DESPIERTA!—. Se levantó de golpe mientras gritaba eso último y me cogió de la cabeza golpeándomela contra la pared.

Abrí los ojos de inmediato con una fuerte bocanada de aire. Sudaba por todos lados. Me senté rápidamente en la cama y observé la oscura habitación, únicamente alumbrada por la luz de la luna, que entraba por la ventana.

—Hola rubita—. Dijo una voz, y enseguida pude distinguir a Aisha saliendo de una de las sombras en una esquina de mi habitación.

Temí que volviera a ser ese sueño de siempre, el que nunca terminaba.

—¿Aisha? ¿Qué haces tú a...?

—¿Me has echado de menos, meine königin?—. Dijo esta vez Chris, y me giré inmediatamente para verlo en otra esquina de mi habitación, al lado de la puerta.

—Chris.

Puso el pestillo. Se llevó el dedo índice a sus labios e hizo el sonido de una "s" muy larga mientras caminaba hacia mi.

—No pensarás que iba a dejarte aquí sola, ¿verdad?

Colocó una mano en mi cuello envolviendolo con sus largos dedos mientras me comenzaba a besar. Me puso de espaldas tumbada sobre el colchón debajo de su cuerpo. Deslizó una de sus manos por encima de mi pecho hasta la cintura, después metió la mano por dentro de la tela para tocar la piel de mis costillas, y, poco a poco, fue levantando la ropa para quitarmela por encima de la cabeza, dejándome con el torso desnudo. Su lengua dejó de juguetear con la mía y la deslizó por mi cuello hasta llegar a los pechos. Me besó ahí. Apoyé la cabeza sobre la almohada con los ojos cerrados y reprimí cada gemido mordiéndome el labio inferior. Su mano seguí en mi cuello, mientras que, ahora, la otra se deslizaba por mi cadera hasta estar dentro de la tela de mis bragas. Cuándo dejé de sentirlo, lo miré. Sus manos estaban ambas en mis caderas y sus ojos penetraban los míos con una mirada lujuriosa y llena de pecado. Una sonrisa ladina se dibujó en sus labios. Yo no reaccioné. Aisha nos miraba desde la distancia sonriente. A Chris no parecía importarle, y muy pronto a mi tampoco, porque volví a mirar al rubio encima mío deseando que me hiciera todo lo que estaba en su mente.

El silencio de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora