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- ¡hijo de puta! -. Soltó con odio.

Pum.

Un golpe.

Silencio.

El menor creyó que aquel golpe no dolía tanto como el tono en la voz del pelirrojo.

Yumeno, intentó alejar a ambos adultos.

- ¡¿No crees que ya fue suficiente?! -. Le recriminó -. ¿Acaso no estás satisfecho con todo lo que me has arrebatado?

- Chūya-san -. Rogó el menor -. Por favor, él me pidió que regresará a casa.

Pero no fue escuchado.

- ¿Todo lo que te he arrebatado? -. Repitió el contrario con burla -. Si tanto te dolió que haya explotado tu auto podrías haberme mandado la factura del mismo.

Pum.

Otro golpe.

El castaño volvió a perder el equilibrio, pero Chūya lo tenía sujeto del cuello de la camisa así que no cayó al suelo.

Pum. Pum.

Otros dos golpes seguidos.

- mal nacido de mierda -. Volvió a maldecir -. Ojalá nunca te hubiese conocido.

- ¿Acaso sabes lo que dices? -. Escupió sangre -. Todo lo que tienes es gracias a mi.

- ah, gracias por los ataques de pánico entonces -. Reveló, el castaño abrió los ojos sorprendido como si desconociera aquella falencia -. ¿Cómo te lo devuelvo?

A pesar de su expresión de confusión, Dazai sonrió, como si el saber aquella información lo llenase de emoción.

Q odió esa sonrisa.

Era una sonrisa de alguien que sabía que había echo daño, era la sonrisa de alguien que amaba saber que su accionar había dañado a alguien, era la sonrisa de alguien que necesitaba de hacer sufrir a otros para sentirse bien.

Era la sonrisa característica de la relación entre Dazai y Chūya.

Yumeno comprendió horrorizado que así era la felicidad de ambos. Que esa era la única felicidad que conocían.

Pero él no quería eso.

Él no quería eso para si mismo.

Él no quería eso para Chūya.

Él (incluso) no quería eso para Dazai.

Porque a pesar de lo que veía, no podía ser verdad.

Soltó la ropa del pelirrojo, la cual había aferrado al inicio del conflicto entre ambos adultos.

Tampoco tomo su muñeco. Tan solo echó a correr.

Corrió. Corrió y corrió.

Negó. Negó y negó.

Corrió negando.

Negó corriendo.

Porque no creía en aquella felicidad que buscaban aquellos adultos.

Corría porque no quería aquella felicidad que buscaban aquellos adultos.

"Es mentira, es mentira", se decía a si mismo, "Chūya busca la verdadera felicidad", insistió, "Chūya conoce cual es la felicidad auténtica", se dijo a si mismo, pero ¿cómo podía estar tan seguro si siquiera él conocía aquella felicidad que mencionaba??, "Chūya busca aquella felicidad de tomar chocolatada", pensó, "Chūya busca ver cielos azules y sonrisas sinceras" compartió, "Chūya busca amar y ser amado, buscaba aceptar y ser aceptado", comprendió.

El menor continuó corriendo, lejos de los adultos que seguían discutiendo, y que seguirían discutiendo, pero no para arreglar sus problemas. Sino que discutirían de con palabras que no solucionarían nada, con palabras que abren heridas, con palabras que generan rencores, con palabras que clavan espinas.

Porque ambos estaban mal.

Y no querían aceptarse, ni a si mismos ni al otro.

Yumeno comprendió que ese era el primer paso para la felicidad. Comprenderse a uno mismo, comprender a los demás.

HappinessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora