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La casa estaba en silencio.

Cómo era usual. Chūya a pesar de su apariencia, hablaba poco. Claro, que había una excepción, y él odiaba a aquella excepción; "Dazai". Aquella persona sabía cómo sacar las palabras de lo más profundo del pelirrojo, palabras frías, palabras crueles.

Q apretó la mandíbula.

Chūya hablaba poco, pero cuando algo le importa; grita, grita tan fuerte que es oído por todos.

Chūya había gritado cuando se encontró con Dazai. Y luego lo había seguido maldiciendo.

Chūya había gritado cuando discutía con aquel extraño sobre él. Pero luego se había quedado en silencio.

Entonces; ¿Él era realmente importante?

La casa se encontraba en silencio. Yumeno, se preguntó si en algún momento llegó a ser ruidosa.  Se bajó de la cama, y comenzó a caminar por el pasillo hasta llegar a la habitación del mayor; la puerta se encontraba abierta, la había dejado de esta manera por si necesitaba ayuda.

El menor nunca sintió que necesitaba ayuda.

Hasta que lo conoció.

Ayuda, ayuda.

Oh, realmente tenía la necesidad de acostarse junto al pelirrojo, pero no lo hizo, pasó de  largo por la puerta pálida de una habitación desnuda, cómo toda la casa. 

 Tal vez algún día podría preguntarle el porque.

 Si es que volvían a verse. 

 Yumeno se obligaba a creen en que no quería volver a toparse con el mayor, pero sabía que siquiera deseaba irse, quería quedarse en aquel lugar, en su hogar.

 Sacudió la cabeza intentando evitar aquellos pensamientos.

 Se recordó a si mismo que había permanecido la noche en vela, pensando sobre los monstruos, sobre las palabras de Dazai, sobre la chocolatada que el pelirrojo le hacía, sobre la soledad, sobre Chūya y sobre la felicidad.

 Aquello era demasiado para un niño. Pero el mundo siempre había sido cruel con él. 

 Se colocó el calzado y antes de salir observó atrás, intentando grabar en su memoria aquel espacio y lo que le había echo sentir en tan poco tiempo.  En eso, algo llamó su atención, una caja tirada erróneamente detrás del mueble que se encontraba contra la pared. No supo porque esto llamó su atención, se encontraba en algún lugar extrañanamente inusual, cómo si en su momento  hubiese sido arrojada con odio.

 Volvió a ingresar, sin terminar de sacarse los zapatos, se agachó y estirándose lo más que pudo recogió una caja no muy grande de color marrón. La observó en silencio un rato, para luego mirar en el pasillo hacía las habitaciones, cómo pidiendo permiso para abrirla. 

 Y lo hizo, con manos temblorosas, al abrirla se quedó sin aire.

 Sabía quién había sido el remitente, era más que obvio. Dazai. Este le había dejado vendas, simples vendas, que seguramente había vestido en su momento. Recordó que la primera vez que había visto al castaño poseía una venda en el ojo, la cual actualmente no tenía. Se preguntó si era esa misma.

 Pero cual venda no era tan relevante con respecto al mensaje que comunicaba: "ya no estoy atado". 

 Cerró la caja con violencia. Cada día se convencía de que Dazai era alguien cruel. Que no le importaban los demás. Muchos menos su felicidad.

 Pero ese último pensamiento comenzó a molestar en su cabeza. A él tampoco parecía estar importándole. Por su culpa Chūya debía de enfrentar los gritos de los demás, porque él era peligroso, por su culpa Chūya debía de estar pendiente de él porque podía perderse, por su culpa Chūya debía asegurarse de que no se sintiera solo, por su culpa Chūya debía de enfrentarse a los demás, por su culpa Chūya...

 Apretó los dientes.

 Todo lo que Chūya se encontraba enfrentando estaba siendo su culpa. Ahora mismo él no era tan diferente a Dazai, alejando cada vez más al pelirrojo de la felicidad.

 Tiró nuevamente la caja, sin fijarse a dónde. Probablemente de la misma manera que el mayor había echo la primera vez que la vio.

 Se incorporó intentando recomponerse, iba a irse de todas maneras, pero no quería que aquello le afectarse. Levantó la vista y cómo si en ese momento el universo se complotase para hacerle sufrir, divisó el libro que lo había empezado todo. El gato lo miraba con curiosidad, cómo si quisiera saber que era lo que pensaba.

 Se sintió horrible consigo mismo, se odió, otra vez más.

 Y salió corriendo. Intentando detener sus pensamientos. Apretando fuertemente a su muñeco, dañándose a si mismo físicamente, solo para intentar callar lo psicológico.

 Corrió. Corrió y corrió.

 Sintiendo cómo su garganta dolía por la angustia.

 Corrió, corrió y corrió.

 Odiándose a si mismo.

 Corrió, corrió y corrió.

 Simplemente deseando ser feliz, a pesar de saber que no lo merecía.

 El cielo se encontraba celeste, pero él no podía observar aquel color correctamente, ya que las lágrimas nublaban su vista.

 No supo cuando llegó al mismo tejado de la primera vez, esto volvió a recordarle al gato, por lo que hizo presión sobre su propios brazos, dónde cómo costumbre llevaba cosas que le dañaban al mínimo contacto.

 Chūya  había insistido en sacárselos. Pero el menor no podía evitar equipar algunos, era una manera para recordarse que era algo inmundo que tenía que ser castigado. 

 Pero volvió a recordar al pelirrojo y sus palabras cuando había peleado. "¡Es un niño!, ¡Y yo planeo protegerlo aunque sea lo último que haga!" . Yumeno dejó de dañarse a si mismo y secándose las lágrimas se sentó al borde del edificio.

 Se preguntó porque él no era capaz de hacer feliz al pelirrojo. Pensó que si se esforzaba podría hacerlo sonreír de verdad, hacerle ver el cielo del mismo color azul que sus ojos y decorar la casa con sus cosas favoritas, con fotos y momentos felices. Pero recordó la caja y comprendió que a pesar de todo lo que él pudiera hacer e incluso ser, sería insuficiente para completar aquello que el pelirrojo había perdido.

 Levantó la vista al cielo y se percató de que el color celeste empezaba a desteñirse, empezaba a ver cómo volvería a sentirse. Se recordó que siempre había estado solo, que nunca había conocido la felicidad, entonces, ¿por que se sentía tan mal perderla a pesar de haberla experimentado tan poco tiempo?

 Escuchó los pasos, sabía de quién se trataba.

 Se preguntó si tal vez nunca hubiese experimentado la felicidad, no la anhelaría tanto cómo ahora.

 Felicidad. Felicidad.

 La había tenido por poco tiempo.

 Felicidad. Felicidad.

 No quería que se acabara.

 Felicidad. Felicidad.

- Es dolorosa, ¿Verdad? -. Habló; como si supiera.

El niño no respondió. El castaño paso por alto el ser ignorando y se sentó junto al más bajo.

Q no pudo contener ese nudo en su garganta y las preguntas en su cabeza por lo que consultó:

- ¿Por qué?

- ¿Por qué, que? -. Dijo el castaño.

- ¿Por qué la felicidad es tan dolorosa?

El mayor tenía un par de respuestas a eso, respuestas que se había armado para si mismo ante aquella pregunta.

- No sé -. Mencionó en cambio, sabía que las respuestas que se había dado a si mismo eran demasiado crueles para un niño -. Realmente no lo sé.

HappinessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora