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- Chūya -. Lo llamó en la oscuridad de la noche.

El susodicho no le respondió. Observaba el cielo carente de estrellas. Hacía frío, últimamente siempre tenía frío.

¿Donde estaba?

El contrario colocó algo sobre los temblorosos hombros del pelirrojo. Luego se sentó a su derecha. La superficie en la que estaban se hundió.

El más bajo no lograba verlo, estaba oscuro, muy oscuro. Hasta la idea de haberse quedado ciego cruzó por su cabeza.

Pero no lo estaba, aún podía observar sus manos, borrosas y temblorosas. No entendía porque.

- ¿Tuviste el mismo sueño de nuevo?

Ah, eso había sido. Un sueño.

Abrió la boca, con la intención de responder, no pudo producir ningún sonido. Solo un lastimero sollozo que lo hizo percatarse de la desesperación en su mente.

Inspiró profundamente, exhaló el aire.

- tranquilo -. Volvió a hablarle cerca de su oído. Podía sentirlo cerca, con sus brazos alrededor de él y una de sus manos subiendo y bajando por su espalda -. Ya acabo, no era real.

Sentía el rostro húmedo. Estaba lloviendo. No, el contrario se encontraba seco. Ah, estaban en su habitación. Entonces, ¿Que era?

Lágrimas. Eso era.

Estaba llorando.

De nuevo.

Sentía su calor corporal. Subió sus manos temblorosas y se aferró a él con desesperación.

Estaba desesperado.

De nuevo.

Abrió la boca, la sentía seca, le dolía la garganta de la angustia.

"No me dejes", era lo único que podía pensar. Tal como en el sueño.

- ¿Dazai? -. Fue lo que dijo en cambio, con voz temblorosa y llena de ilusión.

Sintió el cuerpo del contrario tensarse, y luego sonreír, de manera forzada, como si no quisiera decepcionarlo.

- Si -. Mintió -. Aquí estoy Chūya, no te preocupes -. El menor se aferró al cuerpo del contrario con más fuerza, y comenzó a llorar desconsolado.

- Dazai, Dazai, Dazai -. Repitió una y otra vez.

El doctor clandestino no respondió a aquel llamado que no le correspondía.

- tranquilo -. Decía en cambio -. Estás bien, no pasa nada -. Continuaba Mori, sin saber si aquellas palabras lograban ayudar a su subordinado.

Chūya siguió llamando aquel nombre, sin que el dueño supiera de su angustia.

Sacando todo lo que tenía adentro, si es que en realidad quedaba algo de lo que el castaño se había llevado de él.

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