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- creo que es hora que vuelvas -. Le dijo Dazai al menor esa tarde. Su voz estaba tranquila, su mirada parecía algo arrepentida.

- ¿A dónde?

- a casa -. Comentó, consciente de cuál era aquel lugar.

- no quiero -. Mintió.

- él no va a ser feliz si te alejas -. Dijo; como si supiera. El menor lo observó en silencio -. Y tu tampoco.

- mira quién lo dice -. Respondió el menor, mientras tomaba su muñeco y se acercaba a la puerta.

El castaño rió sin gracia. Y lo siguió.

Caminaron, sin hablar. Ninguno quería hacerlo.

A pesar del tiempo que habían pasado juntos su relación  no había mejorado, tan solo habían logrado comprenderse el uno al otro.

Los rencores persistían. Pero al menos habían encontrado un algo que los unía. Un alguien: Chūya.

Continuaron caminando. Q se percató de que a pesar de que nunca le había dicho a Dazai la ubicación de la casa del pelirrojo este conocía perfectamente el camino.

- ¿Cómo es que lo sabes?

El castaño lo observó. No le hizo falta la pregunta completa, nunca le hacía falta, a pesar de que se hiciera el tonto.

- no sé a qué te refieres -. Le sonrió -. Solo te estoy siguiendo a ti.

  El menor asintió como si se creyera aquella mentira.

Continuaron unos minutos en silencio, hasta que Q volvió a hablar.

- ¿Chūya-san tuvo alguna vez cuadros en su casa?

El castaño tardó en contestar. Como si no supiera si seguir haciéndose el tonto, terminó por responder:

- si, tenía cuadros muy hermosos.

- ¿Las cortinas de que color eran?

- Celestes -. Respondió.

- ¿Tenía alfombras?

- Pocas, pero grandes.

- ¿También celestes?

- no, blancas.

- ¿Tenía fotos?, ¿Algún jarrón con flores? -. Continuó.

- tenía solo una foto, de cuando entro a la agencia -. Respondió -. Donde estábamos todos.

- ¿y la flores?

- las tenía en la entrada, siempre eran las mismas: Amapolas rojas.

- ¿Por qué?

- tal vez por su significado -. Dijo, a pesar de que lo sabía -. Tal vez por quién se los daba.

- ¿Quien era?

- nunca me lo dijo -. Volvió a mentir.

- ¿Se debe a aquella persona?

- ¿Que cosa? -. Esta vez la pregunta si parecía ingenua.

- que todo eso ya no esté -. Explico -. Que las paredes se encuentren desnudas, que no haya cortinas como si no hubiera luz de la cual esconderse, que no haya fotos de a quienes recordar, que no haya flores que generen sentimientos. Que solo haya olor a cigarrillo y silencio en aquel hogar.

- ¿No hay nada? -. Preguntó ahora él.

- no, no hay nada. Siquiera parece como si hubiera alguien -. Comentó -. ¿Por qué?

El castaño tardó en responder. Aquello le dió la pauta al menor de que el contrario sabía la respuesta.

- tal vez es porque no tiene nada favorito -. Estaba escondido algo, como siempre.

- ¿Entonces por qué tu recuerdas tantas cosas?

- debe ser porque se cansó de todo ello -. Comentó, más para convencerse a si mismo que para el menor.

- ¿No será por la persona de las flores? -. Dijo, con una espinosa curiosidad.

Dazai detuvo su paso de la nada.

- ¿Por qué crees eso?

- ¿Que cosa? -. Fue su turno de hacerse el tonto. El menor sonrió.

El castaño asintió, como si se creyera aquella ignorancia.

No tardaron mucho más en llegar. Pero el más alto se detuvo a una cuadra de distancia, no parecía dispuesto a avanzar.

- nos vemos -. Le dijo observándolo tranquilo -. Cuídate -. Comentó -. Cuídalo -. Insistió.

El menor no dijo nada, tan solo asintió en seco. Y le dió la espalda, deseando borrar de su cabeza la expresión en el rostro de aquel hombre.

"Él tiene la culpa de todo", se dijo a si mismo, "no te dejes engañar", repitió. Frunció su ceño molesto, "él no tiene derecho a hacer aquella expresión", juzgó, "él no puede hacer esa cara, porque por su culpa Chūya no es feliz".

Entonces, ¿Por qué?, ¿Por qué Dazai tenía aquella expresión de dolor?, ¿Por qué Dazai tenía esa expresión de arrepentimiento?, ¿Por qué Dazai tenía aquella misma expresión de infleicidad?, ¿Por qué los ojos de Dazai tampoco parecía ver un cielo azul?

Q volvió a odiar a Dazai.

Se preguntó cuántas veces siquiera podía odiar al mismo ser humano.

Detuvo sus pensamientos cuando se encontró con la figura del pelirrojo quien volvía por la vereda contraria, con la mirada apagada y las ropas descuidadas.

Detuvo su andar al mismo tiempo que el más alto se percató de su figura. Chūya corrió con desesperación hacía él y se agachó a su altura para esconder el pequeño cuerpo entre sus brazos.

Su agarre era fuerte como si temiera que volviese a desaparecer, como si dudase el hecho de que fuese real, como si temiera que aquel niño que veía era una burla de su cerebro que no para de recordarle que estaba solo.

El mayor parecía ya haber sufrido ese tipo de temores. Todos, incluso el de la burlas de su cabeza.

- Yumeno -. Lo llamó, despacio, todo lo contrario a lo que el menor hubiese esperado -. ¿Por qué te fuiste? -. Le preguntó -. No sabes cuánto me asusté -. Confesó -. Desperté y no estabas, pensé que no volverías, pensé que me odiabas -. Su agarre se suavizó un poco -. ¿He echo algo mal?, ¿Te he dañado?, ¿Acaso yo...?

El menor interrumpió al pelirrojo con un llanto desenfrenado, el cual siquiera sabía que tenía guardado. Pero que salió a flote con solo verlo, oírlo y sentirlo.

- lo siento -. Dijo -. Lo siento mucho -. Repitió -. No quise preocuparte, lo siento -. Continuó -. Pensé que si me iba, dejaría de darte problemas -. Admitió -. Lo siento, no volveré a irme, lo siento -. Ahora él se aferraba fuertemente al pelirrojo -. Chūya-san no hizo nada malo, yo solo quería dejar de darte problemas -. Sollozo -. Lo siento, lo siento, por favor, perdóname.

El más alto, comenzó a acariciar su espalda.

- tu no me das problemas Yumeno -. Le explicó -. No me das ninguna clase de problemas, no te preocupes, así que por favor, no vuelvas a irte así.

El menor siguió llorando, a pasar de que ahora su pecho se sentía más ligero, a pesar de que ahora sabía que todo iba a estar bien.

Porque había vuelto a casa, porque había vuelto con Chūya.

HappinessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora