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Viajé por Europa, por playas y lagos todo lo que pude, viajé tanto que un día me desperté sin saber dónde estaba y decidí dejar de huir, porque eso es lo que estaba haciendo. Recogí la habitación del hotel en el que me estaba quedando en Suecia y cogiendo un taxi puse rumbo al aeropuerto.

¿Con Daniel? Os preguntaréis... Seguí manteniendo el contacto y nos hicimos buenos amigos. Él seguía en casos y me llamaba de vez en cuando para mantenerme al tanto de lo que pasaba por la oficina. León había seguido al pie del cañón cuando me marché usando todas las vacaciones del año y de los años anteriores. Su amigo el hacker les seguía ayudando, con la diferencia de que ahora había un contrato de por medio y trabajaba para el FBI en algunas ocasiones.

Me encontré con Tyler en una ciudad Europea mientras él estaba infiltrado y jugamos unas semanas a ser pareja para una tapadera suya.

En el aeropuerto caminé hasta el mostrador de una aerolínea y compré el primer vuelo que salía a casa. Aquellas cuatro horas en el aeropuerto me arrepentí de muchas cosas y sentada en un banco del aeropuerto miré todas las fotos que había hecho durante aquellos viajes. Había recorrido casi toda Europa, sí, pero por una mala causa y vagando sin rumbo alguno. En España sentí que alguien me seguía pero lo achaqué a mis paranoias, en Noruega tuve casi la certeza de que lo hacían, pero no fue hasta en Italia cuando vi una cara conocida mientras paseaba por Sorrento.

En el avión me quedé dormida y un aterrizaje duro me despertó, las pastillas que me había dado Tyler para dormir eran mano de santo. El camino a casa fue el peor, no sabía con qué iba a encontrarme o a quién iba a encontrarme. Saqué las llaves del bolsillo mientras el corazón me bombeaba fuerte en el pecho. Entré en casa dejando las maletas en el descansillo y me quedé muy callada esperando escuchar algo, pero lo único que se escuchaba en aquella casa eran mis propios pensamientos.

Pasé unas semanas en casa de mi madre y algunos días en casa de Daniel cuando me costaba dormir. No había tenido las narices de contarle a Daniel lo que había pasado con Caleb y tampoco entendía por qué muchas veces aparecía en su casa en medio de la noche sin poder dormir, pero él no hacía preguntas.

El teléfono sonó días después de que mis vacaciones se acabaran, llevaba esperando aquella llamada desde que cogí el primer avión a Europa. Sabía que aquella llamaba iba a llegar y allí estaba, descolgando el teléfono sin saber qué me iba a deparar la vida después de aquello.

— Eva Vaughan.

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