— Dos días. — Me dijo Caleb.Allí estaba, sentada en el despacho como todas las mañanas desde hacía casi una semana, me dijo que no se iba a separar de mí y se lo había tomado al pie de la letra. Me había acostumbrado a estar allí, callada, mientras en aquel despacho entraban y salían hombres todos los días. La rutina era la misma; nos levantábamos y mientras yo desayunaba en el jardín él hacía deporte. Mientras él se duchaba yo esperaba en la habitación y luego llegaba mi turno de asearme, Caleb esperaba en la puerta hasta que un día pensó que sería buena idea lavarse los dientes mientras me duchaba. Aquello me pareció tan íntimo que no me quejé y mientras me caía el agua por el cuerpo me di cuenta que ya no me molestaba tenerle cerca, no tanto. Después bajábamos al despacho donde él se ponía a trabajar y yo miraba el techo durante casi todo el día.
— En dos días se acabó todo. — Parpadeé un par de veces intentando asimilar lo que me decía.
Asentí mientras él volvía a hablar por el teléfono. En aquel momento mi corazón se tropezó, felicidad era lo que supuestamente debía sentir, pero me invadió la incertidumbre al pensar en todas las explicaciones que iba a tener que dar. Pude visualizar al jefe diciéndome que debía seguir con el caso "Nitro" porque según mi equipo lo estaba haciendo bien. Entré en un bucle donde me repetía internamente que estaba acabada y que nadie me iba a creer, sentí que me faltaba el aire y me incorporé en el sofá intentando coger aire.
— ¿Eva? — Me llamó Caleb.
Pero yo no podía responder, estaba demasiado ocupada en hacer que el aire entrase a mis pulmones. Escuché a Caleb llamarme un par de veces más cuando cerré los ojos llevándome una mano al pecho, me estaba dando un ataque de ansiedad. Vértigo, pude oler su perfume cuando se acercó y aspiré más fuerte como si eso fuera a hacer que aquella ansiedad pasase.
— Eva, mírame. — Escuché. Y lo hice, lo miré por primera vez con miedo. — Respira, estás bien.
Lo intentaba, intentaba llenar mis pulmones de aire pero no era suficiente, ¿era ansiedad o un infarto?. De pronto me cogió en brazos y me llevó al jardín, desabrochó la camisa que llevaba y me dejó en el césped. El suelo estaba húmedo, hacía aire y yo tenía frío. Los dedos de Caleb fueron a mi pelo acariciándolo mientras yo seguía concentrada en respirar tranquilamente y me fui relajando mientras las nubes pasaban a mucha velocidad sobre nuestras cabezas.
— ¿Mejor? — Asentí. — No hables, sigue respirando así.
Nos quedamos en el césped sentados mucho rato, sus dedos seguían acariciando mi pelo, de vez en cuando las caricias bajaban por el cuello. Más allá de ponerme nerviosa me sentía tranquila. El sol empezó a esconderse, el viento paró y las nubes desaparecieron dejándome ver la luna.
— Vamos a pasear. — Me dijo levantándose.
— ¿Por la casa? — Me reí.
— No, fuera.
Lo miré extrañada esperando que me dijera que no íbamos a ningún sitio pero dejándome en el césped sola caminó hacia la casa. Me levanté rápidamente y acelerando el paso lo alcancé.
— ¿Vamos a salir? — Pregunté asegurándome de que no me estaba tomando el pelo.
— Quédate aquí, vuelvo en un minuto. — Me dijo para luego desaparecer por las escaleras.
Me quedé en la entrada de la casa, donde esta vez no había nadie, ni rastro de los hombres de Caleb. Me fijé en el espejo de la entrada y caminé hacia él, estaba horrible; Pálida, con bolsas debajo de los ojos, ojeras y súmamente despeinada. Tiré de mi coletero y rehice la coleta de nuevo, no era un gran arreglo pero se veía mejor, me sentía mejor.
— Vamos. — Dijo Caleb a mi espalda mientras me tendía una sudadera.
— ¿Por qué salimos? — Pregunté mientras lo seguía.
— Porque lo necesitas, y yo también.
Le seguí de cerca mientras nos adentrábamos por un camino de tierra sin luz, automáticamente eché mano a mi cadera donde siempre reposaba mi arma, pero no estaba. Aquel gesto se había convertido en un acto reflejo cada vez que no me sentía segura.
— No la necesitas. — Me dijo al darse cuenta de aquel gesto.
— Pero tú si llevas.
— ¿La quieres? — Preguntó de pronto y me reí.
— No me la ibas a dar si te dijese que sí.
— Toma. — Dijo tendiendome el arma.
Le observé, dudé si cogerla y le miré a los ojos intentando descifrar a qué quería jugar esta vez. Recorrí su brazo que seguía extendido con la pistola apuntándole a él y me crucé de brazos en aquel camino donde prácticamente nos veíamos gracias a lo que alumbraba la luna.
— ¿Para qué? — Le pregunté.
— ¿Para qué echabas la mano a la tuya?
— Lo hago siempre que no me siento segura. — Contesté con sinceridad.
Se acercó a mí cogiendo mi mano, el arma tocó mi piel, los dos estábamos sosteniendo la pistola.
— ¿Cómo te fías de que no te vaya a disparar? — Pregunté mirándolo a los ojos. —Le ofreces tu arma a una persona que tienes secuestrada que además sabe disparar.
— No lo vas a hacer. — Dijo de pronto y confiado. — Y te voy a decir el por qué no lo harás. Llevamos una semana casi durmiendo juntos, si hubieses querido matarme lo hubieses hecho por la noche, mientras dormía. Seguro en la academia te han enseñado a hacerlo sin ruido alguno y puedes matarme en cuestión de segundos. Y no lo has hecho, ¿por qué ibas a matarme ahora?
— Porque estamos solos quizás. — Dudé. — ¿Lo estamos?
— Lo estamos.
Retiró su mano del arma dejando que todo el peso de aquella pistola cayera en la mía. El silencio llenó el momento y miré hacia los lados esperando ver a alguno de los hombres pero lo único que se movía a nuestro alrededor eran las hojas de los árboles. Volví a mirar a Caleb, en sus ojos no había ni una pizca de miedo y me confundió saber que había confianza entre los dos.
Desarmé aquella pistola haciendo que todas las balas del cargador rodaran por el suelo y le devolví el arma a Caleb que me miraba con una sonrisa. El arma cayó al suelo junto con las balas y sus manos se posaron en mi cuello tirando ligeramente hasta que nuestras bocas casi se rozaban.
— Caleb...
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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!
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Sin pruebas. ©️ ✅
RomanceEva es agente especial del FBI, su superior le asigna un nuevo caso; atrapar a Caleb White, un peligroso narcotraficante. Eva recluta a un equipo pero todas las pruebas que siguen les llevan a lo mismo, a nada. -Explícame por qué Caleb. -Me revolví...