17.

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—¿Por qué no me has disparado?

— Porque no soy así, no soy una asesina. — Dije esas palabras en voz alta para convencerme a mí misma de que no lo había hecho por eso.

— ¿Y cómo eres?

— Pues a día de hoy, no lo sé. — Me giré para seguir andando por aquel camino pero tiró de mi brazo impidiéndome andar.

— ¿Por qué no me has disparado? — Volvió a preguntar.

— ¡No lo sé! — Levanté la voz.

— Sí que lo sabes, dilo. — Volvió a acercarse a mí. — Por qué no lo has hecho, por qué no lo has hecho ninguna de estas noches cuando has tenido oportunidad, ¡dilo!

— ¡Ya te lo he dicho! —Me separé bruscamente. — ¡No me toques!

— ¡¿Por qué!? ¡Huír de esto no va a hacer que desaparezca, Eva!

— ¿Huir de qué?

Lo que pasó a continuación sucedió rápido, Caleb se acercó tan rápidamente que no me dio tiempo ni a pestañear. Sus labios se pegaron a los míos con fiereza, le seguí el beso a sabiendas de que todo lo que estaba pasando estaba mal. Le seguí el beso cuando su lengua entró en mi boca, le seguí el beso cuando me agarró la cintura acortando la poca distancia que había entre los dos y le seguí el beso cuando un gemido salió de su boca cuando enredé mis dedos en su pelo.

En aquel  momento me olvidé de la situación, me olvidé que estaba ahí en contra de mi voluntad, me olvidé que él estaba en busca y captura y me olvidé que era yo la que estaba al mando de la operación que consistía en detenerlo. Mi yo interior me habló diciéndome que estaba metiendo la pata hasta el fondo pero lo cierto era que entre los brazos de Caleb no me importaba cagarla una y otra vez, ahora quizás yo tampoco tenía nada que perder.

— Eva... — Susurró entre besos y yo tiré más de su pelo. — Si no paramos ahora no te voy a poder dejar ir, pídeme que pare.

— ¿Qué dices? — Respondí aún contra sus labios.

— Dos días... — Le escuché decir. — En dos días se habrá acabado todo.

Abrí la boca para decirle lo gilipollas que me estaba pareciendo en aquel momento pero la volví a cerrar y me di media vuelta, no valía la pena aquella discusión.

— Si tienes algo que decir, dilo. — Insistió.

— ¿Para qué? En dos días habrá acabado todo, ¿no?

— Así es.

Decepción, ira y frustración. Seguí a Caleb en silencio por aquel camino mientras me repetía una y otra vez lo imbécil que había sido, como una quinceañera enamorada me había lanzado a sus brazos, no me habían entrenado para ser tan débil. Se paró algunos minutos después delante de un riachuelo y divisando un banco anduve para sentarme. Pude ver que me imitaba sentándose en el otro extremo del banco, ninguno de los dos habló en aquel momento y cerré los ojos escuchando el agua correr. ¿Es que de verdad me gustaba Caleb? No me podía creer que en mi mente pasasen aquellos pensamientos. ¿Y si él sentía algo por mí? Imposible.

— ¿Por qué tú tampoco me has hecho nada a mí? — Pregunté con los ojos todavía cerrados.

— Porque no soy como tú piensas. — Me reí.

— ¿Y cómo eres Nitro?

— Drogas, armas, robo y mil delitos más pero no hago daño a mujeres, niños o personas que no se lo merezcan.

— ¿Y aquellos policías?

— Yo no les hice nada, ya te lo he dicho.

— ¿Alguien les ha hecho algo?

— ¿Me lo estás preguntando tú o la agente del FBI?

— ¿Y qué más da?

—  Mis hombres se encargan de eso, pero yo no hago daño a nadie.

— Eso es muy hipócrita por tu parte. — Contesté abriendo los ojos. — No te ensucias las manos pero ordenas a otros que lo hagan por ti, es lo mismo.

— De eso se encarga Jacob, yo no ordeno nada de eso. Y no tengo idea de lo que hacen pero yo trato de centrarme en lo realmente importante.

— ¿Y qué es lo realmente importante?

— Pagar una deuda y largarme.

— ¿Por qué me has besado?

— ¿Por qué lo has hecho tú?

Me levanté del banco y muy decidida empecé a caminar por el mismo sitio que habíamos venido, en aquel momento era tontería seguir con aquella conversación que no iba a llevar a nada. Un tirón en el brazo me hizo parar de golpe.

— ¿A dónde te crees que vas? — Me preguntó en un susurro.

— Lejos de ti, lo más lejos de ti que pueda. Suéltame Nitro.

Vi cómo cerraba los ojos lentamente suspirando.

— No me llames así.

— ¿Por qué? ¿Es que no te llaman así?

— Tú no, para ti soy Caleb.

— ¿Para mí o para la agente del FBI?

— Eva... Esa boca va a meterte en problemas.

— Dentro de dos días ya no serán tus problemas.

— Dejarás de ser mi problema cuando yo lo diga. — Dijo soltándome de golpe. — Ahora camina delante de mí y entra en casa, se acabó la excursión.

Sabía que venía detrás de mí a pocos metros, casi podía escuchar cómo su mente hablaba, o quizás era la mía. Entré en la casa subiendo los escalones de dos en dos e hice lo mismo de camino a la habitación.

— ¿No vas a dormir aquí? — Pregunté cuando Caleb me dejó en la puerta de su habitación y se giró para marcharse.

— Tengo trabajo que hacer. — Contestó de una forma muy sutil dejándome claro que no iba a volver.

Me deshice de mi ropa y me metí en la ducha intentando borrar todo lo que él había tocado, pero ¿cómo se borra algo que va dentro de la piel? Me acordé de aquel beso mientras me metía a la cama, todo olía a él. Di vueltas, de un lado a otro por horas, podía haberle disparado y haber huído, la pistola tenía silenciador. Me asustó pensar que no lo hice, no por cobardía, sino porque no quería hacerlo.

Me levanté de la cama abriendo y caminé hasta la puerta de la habitación esperando que Caleb no hubiese puesto a ningún hombre allí, ¿es que se fiaba tanto de mí? Bajé por las escaleras intentando no alertar a nadie y caminé hasta el despacho de Caleb. Entré sin llamar y me le encontré sentado detrás de su escritorio con la mirada perdida, mirada que se cruzó con la mía cuando abrí aquella puerta. Me miró de arriba a abajo y aunque llevaba una camiseta larga que me cubría hasta la mitad del muslo me sentí desnuda, pero no incómoda.

— Eva.

No supe qué responder, había bajado allí sin nada pensado, por un impulso. Me acerqué en silencio a su escritorio y rodeé la mesa despacio. Alargó su mano y tiró de mí sentándome en sus piernas.

— No deberías estar aquí. — Habló pegando su boca a la parte trasera de mi cabeza.

— Lo sé.

Me relajé entre sus brazos mientras él me acariciaba y aproveché para mirarlo de cerca, la herida de su cara casi se había curado y solo quedaban restos de una cicatriz. Él también parecía relajado y tuve el impulso de volver a besarlo, pero no lo hice.

<Eva, Eva, Eva>

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