29.

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Caleb White.

Cuando la dejé en su coche y me marché, conduje hasta que el coche necesitó gasolina, no sabía dónde estaba y me paré en medio de la carretera. Pagué la deuda que mi hermano debía antes de que lo mataran y se acabó, había ganado lo suficiente para vivir el resto de mi vida sin tener que trabajar pero ahora no me quería marchar. Jacob sabía de la deuda pero no sabía que lo iba a dejar todo, cuando se lo dije se enfadó y decidió continuar por su cuenta con alguno de los hombres. La mayoría lo dejaron igual que yo, con una fortuna tan grande como para no tener que trabajar el resto de sus vidas.

— ¿Y todos los planes que teníamos? — Me dijo enfadado.

— Se terminan con esta deuda que acabo de pagar, lo dejo.

— No lo entiendo hermano, te lo juro, ¿por qué?

— Porque no es mi lugar, no entré aquí para esto y tú bien lo sabes.

Se marchó dando un portazo de mi casa y no lo volví a ver. Meses después cuando se supone que yo tendría que estar en mi casa de la playa o en algún lugar de Europa disfrutando me enteré que Jacob había seguido con el negocio, a su manera, y Eva se tenía que infiltrar. Ella no se iba a quedar en la superficie, no. Ella se metió en el papel, consiguió ganarse la confianza del líder y yo la seguía sabiendo los pasos que iba a dar Jacob. Ni casa en la playa, ni casa en el lago y tampoco Europa; pero sí una chica testaruda y trabajadora que me volvía loco.

Cuando se despidió de mí supe que era porque tenía miedo, y la dejé ir como un imbécil haciéndola creer que me había tragado el cuento de que le gustaba su compañero de trabajo, pero los dos sabíamos que no era así.

—¿Y se puede saber qué hay? ¿¡A dónde vas!?—Me preguntó inquieta.

—¡Esto hay! —Grité poniéndome nervioso y me acerqué a ella haciendo que su espalda tocase la pared de aquel recibidor. — ¿¡Es que no lo notas!?

—¡Para! —Chilló en el mismo tono que yo estaba utilizando.

—¡No quiero!—Respondí con seguridad.

—¡Joder, Caleb! ¡Me estás volviendo loca!

—¡Loco estoy yo por ti! —Y cuando vi su rostro me paré a pensar en lo que acababa de decir.

Ella me miraba sin moverse, sin casi pestañear y en ese momento quise que me gritara, que peleara conmigo pero no que se quedase callada. Me aparté de ella asustado, y abrí la puerta para marcharme. Tampoco se movió.

Bajé las escaleras de aquel portal cabreado, asqueado y sintiéndome imbécil. Abrí la puerta para marcharme pero alguien tiró de mi sudadera, me di la vuelta rápido y la vi, mirándome.

—No te vayas. —Me dijo de pronto, en bajito. No hablé. — No te marches, Caleb.

—¿Qué quieres, Eva?

Cerré la puerta y las luces se apagaron, nadie se movió para dar al interruptor pero la luz de la calle me dejaba verla. Agarró mi mano e hizo que abriese la palma, dejó algo en ella; el anillo.

—Si te vas, llévatelo. —Me dijo muy seria. Estaba enfadada y lo sabía. —Toma tu anillo.

—Lo único que quiero que venga conmigo eres tú, Eva.

—Vale.

¿Había dicho vale? ¿Había dicho que se vendría conmigo? ¿Me estaba montando la película yo solito?

—¿Perdón? Vale, ¿qué?

—Que nos vamos. Espero que tengas un plan, porque yo no...

Tiré de ella haciendo que chocara contra mi pecho, y en aquella oscuridad nos besamos, mucho. Cogí su mano y le puse de nuevo el anillo que ella miró sonriendo.

Sin pruebas. ©️ ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora