12.

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Caleb se marchó de la habitación minutos después dando un portazo y me puse a dar vueltas por la habitación. Ya había buscado la manera de escapar; la ventana tenía barrotes, en la puerta había guardias y Caleb venía cada rato para verme y se volvía a marchar.

A la mañana siguiente llegó uno de los guardias con comida y me lo comí, el proceso se repitió a medio día y por la noche. El guardia se quedaba conmigo hasta que terminaba lo que había en el plato y después se marchaba dejándome sola. Recuerdo las palabras de Caleb pero no apareció por allí en días. Mi desesperación iba en aumento y me paré a pensar qué era lo que iba a contar cuando me soltase, si es que me soltaba con vida.

Sentada en el suelo de la habitación me puse a pensar en Daniel, ¿me estaría buscando? ¿Tendríamos esa cita pendiente? La puerta se abrió de golpe, entró un Caleb enfadado y cerró dando el mismo portazo que siempre. Sin mi arma y atada de manos no podía hacer nada, me limitaba a no mirarlo y a no mostrar ninguna emoción. Vi que se frotaba la cara con las dos manos mientras paseaba por la habitación, parecía frustrado.

— ¿Qué quieres Caleb? — Pregunté de mala gana.

—He venido a verte.

—¿Para soltarme?

—No.

Se acercó a mí y se sentó en frente, tiró de las esposas que ataban mis manos y con una llave las soltó. Ese gesto me sorprendió de nuevo y lo miré, sus ojos negros no perdían brillo.

— Ya te dije que tenía que hacer cosas antes de dejarte ir.

—Caleb esto no se va a quedar así, me puedes tener encerrada días, semanas incluso. Pero en cuanto me sueltes...

No lo vi venir, Caleb agarró mi nuca haciendo que sus labios y los míos se juntaran. Me quedé tan quieta que ni siquiera respiraba e intenté retirarme pero no pude. Me mordió el labio inferior haciendo que los entreabriera y aprovechó para profundizar el beso y pegar nuestros cuerpos aún más. En ese momento tuve miedo, miedo a la situación, miedo a mis pensamientos después de aquello. Caleb se separó de golpe mirándome serio e impasible.

— ¿Qué haces? —Susurré tocándome los labios.

—Deberías dormir, mañana te vienes conmigo.

—¿A dónde?

Se marchó de la habitación dejándome muy confundida, aunque no le había seguido el beso todavía podía notar su lengua invadiendo mi boca. Noté que mis mejillas ardían y el corazón me latía demasiado rápido.<Qué es lo que te pasa Eva> Me castigué mentalmente por seguir pensando en aquello e intenté recitar en voz alta la cantidad de cargos que White acumulaba. Encerrada o no seguía teniendo una misión, encerrarle en la cárcel. Me quedé dormida repitiendo una y otra vez aquella lista de cosas malas.

—¡Arriba! —Dijo alguien tirando de las sábanas. Alguien que no era Caleb.

Me levanté de la cama medio adormilada e intentando enfocar quién era, se acercó a mí tirando del brazo sacándome de la cama a rastras. Me tropecé con una almohada del suelo pero no pareció importarle ya que siguió tirando de mí sin cuidado alguno.

—¡Suéltame! Me haces daño. —Me quejé, pude ver que era el chico que apareció el otro día.

—Nitro nos espera abajo.

—¡Me importa una mierda! ¡Suéltame te dije! —Tiré de su mano haciendo que me soltara.

Me cogió del pelo sin miramientos y tiró de mí por toda la casa mientras yo me quejaba y peleaba con él. Me dolía la cabeza de lo fuerte que estaba sujetándome y un par de lágrimas se escaparon por mi cara, de rabia y de dolor. Paramos en frente de una puerta y llamó, esperó a que alguien dentro le dijera que pasara y este aun tirando de mí entró.

—Suéltala. —Escuché a Caleb decir.

—La niñata no quería bajar. —dijo haciendo que lo mirase, parecía disfrutar de esto. — Creo que hay que enseñarle modales, pero no te preocupes que yo me encargo de eso.

—Suéltala. — Volvió a repetir.

Me soltó haciéndome caer al suelo y llevé mis manos a la cabeza, Caleb se acercó y me levantó con cuidado haciendo que me sentara en una silla, cogió mi cara con una mano y me hizo mirarle mientras apartaba el pelo de mi cara.

— ¿Estás bien? —Me preguntó en un susurro a espaldas de Jacob que aún seguía ahí. Asentí. —Quédate aquí, ahora vengo. No te muevas...

Me quedé en aquella silla viendo como Caleb y Jacob salían por la puerta. La habitación en la que estaba parecía una despacho y delante de mí tenía el ordenador, algunas libretas y unas esposas muy parecidas a las que había llevado puestas días atrás. Un mapa en la pared llamó mi atención y me levanté para verlo de cerca, en ese mapa estaba marcada mi casa y las oficinas del FBI, mis horarios, mis datos, los datos de mi equipo...

—¿No te he dicho que te quedases quieta? ¿Cuándo vas a empezar a hacerme caso?

— ¿Qué es todo esto?—Pregunté ignorando lo que acababa de decir.

— Lo mismo que hacéis vosotros, ¿no?

—Y tú cómo sabes qué hacemos nosotros. —Pregunté sin dejar de mirar aquel mapa tan detallado. —Ah... por los policías que trabajan con vosotros...

—¿El tuyo es tan detallado como el mío? —Me preguntó poniéndose al lado.

Su perfume volvió a invadir mis fosas nasales y me fijé lo alto que era, tenía ojeras y se veía cansado. Miré un pequeño corte que tenía en el labio e intenté mentalmente no pensar en el beso aunque no lo conseguí.

— A mi me faltaban direcciones y contactos. —Contesté sinceramente.

—Has estado haciendo un buen trabajo sino no estarías aquí.

— Si hubiese hecho un buen trabajo tú estarías en la cárcel y yo no estaría en esta situación.

Y era cierto, si hubiese estado a la altura lo hubiese atrapado, repasé mentalmente todo lo que había hecho mal. Desde los mensajes hasta lo del amigo de León, colarme en aquella casa, ir por mi cuenta siguiendo una pista... Movimientos de novata.

—Esta noche te tienes que quedar con Jacob, tengo que salir.

—No, ni de coña. ¿No me ibas a llevar contigo? —Me giré para mirarlo. —Caleb...

—Tengo que llevar a mis hombres conmigo y no te puedes quedar sola como ya hemos comprobado.

—¿Por qué? Me puedo quedar en la habitación, donde he estado estos días. —Pero Caleb no se fiaba de mí.

La verdad era que estar con Jacob me parecía más peligroso incluso que estar con él. Me acordé de las esposas que había encima del escritorio y caminé para cogerlas bajo la mirada de Caleb que no se movió en ningún momento.

—¿Qué haces con eso?

—Tú no te fías de mí y yo no quiero estar con ese animal. —Me puse una en una muñeca y la cerré. —Me puedo quedar en la habitación, no voy a salir pero no me dejes con él, has dicho que no vas a hacerme nada.

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