Mi padre solía decir que el amor te consume, te daña y te malgasta. Nuestra genética no compartía esa ideología, ahora sentía que el amor me estaba dando la oportunidad de volver a creer, por más difícil que pueda convertir mi día, la recompensa de sentir a Aleksander junto a mi, merecía cada mentira, cada lío que saldría de mi.
—¿Qué le dijiste, Arya?
—Me cuestionó, hizo cuentas y me preguntó por la noche del jueves, había estado contigo y al final se dio cuenta que le mentí—putas revistas, dije para mi misma—le dije que—tomé un gran bocado de aire— que empecé a salir con un compañero de clase. No sabes como se puso Aleks, no me creyó absolutamente nada y tuve que decirle que lo invitaría a casa para que lo conozca.
—Así que ya inició—dijo Aleksander.
—¿Qué?
—Inició el estúpido juego que no quería cerca de nosotros.
Suspiré hondo y noté que había dejado de atraerme hacía él, mi mano fue en búsqueda de la suya y lo obligué a estar sobre mi. Se rehusaba a tocarme. Maldición.
—¿Ahora no me quieres tocar?—musité dando un paso para atrás.
—No es eso. Ahora el imbécil de Sebastián creerá tener el control de nosotros, ¿te das cuenta?
—No, porque no es así como acordamos. Solo estoy contigo y tu eres quien tiene el control de mi—nuevamente tome de su mano y lo obligué a tocarme aún sin bragas. Él hizo lo que le pedía y me rozaba la zona más placentera en mi, haciéndome soltar diminutos gemidos que se extraviaban mientras mordía de su hombro. Lo rodeé con mis brazos y su dureza me ponía los vellos de punta, él me miró con desconfianza.
—¿Te gusta?—dijo mientras mordía el lóbulo de mi oreja, haciéndolo palpitar.
Asentí entre torpes gemidos que no lograban conseguir escala, aún no entraba dentro de mi, pero lo hacía intencionalmente. Su mirada era de recelo, como si se estuviera comiendo sus propias palabras.
—¿Por qué paras?—pregunté y escondí mi cara en su cuello.
—Dime que solo soy yo, nena—me cogió por las piernas, obligando a abrirme y rodeando su torso, sujetándome de su cuello—Dilo—exigió.
—Solo eres tu Aleksander, no hay nadie más.
Caminó conmigo hasta llegar a su habitación y recostarme sobre su cama, no había toalla, bragas que nos aparte. Podía sentirlo. Dios. Nunca había estado en una situación así, pero me excitaba tanto que pedía a gritos que me penetre.
—¿Es tu manera de castigarme?
—Ahora y cuando sea necesario.
—Odio que sientas que alguien más podría hacerme sentir lo que tu me provocas.
Respiré hondo al sentir su roce, estaba condenándome.
—No te creo.
—Quiero que estemos bien, ¿si? Que nada cambie entre nosotros.
—Arya...—susurra casi solo para sus oídos—te quiero. Dios, por qué te fuiste todo este tiempo.
Y un segundo después sus labios chocaron descaradamente con los míos para hacer corto circuito y nuestros cuerpos fueron los autores de soltar la tensión. Mi espalda se arqueó y sentí como nos íbamos convirtiendo en uno solo. La débil luz del amanecer, a causa del invierno, me permitía ver facciones de él mientras entraba y salía de mi con delicadeza, me susurró con dulzura que abra los ojos y así lo hice. Eramos duda, de lo que nos preparaba el futuro, el miedo se desvanecía con nuestra presencia y la tristeza se ocultaba entre las sábanas, las ganas de ser libres y no escondernos eran excesivas, estaba dispuesta a correr los riesgos. No me gusta armar planes, que el destino se encargue de eso, soy fan de atreverme y equivocarme y si estar con Aleksander sería uno de ellos, algo dentro de mi me garantizaba que lo volveríamos a intentar.
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Cartas para Arya
Teen FictionEl regreso inesperado de Arya a New York, no procuraba poner de cabeza la vida de Aleksander. Si no lograste desprenderte del todo de alguien, desprenderte de su presencia. Quizás no deberías haberte ido nunca. Aunque un secreto familiar se oponga...