3. La hora cero

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El día transcurría bajo la lluvia de otoño en la ciudad. Me tronaba los dedos dudando en hacerlo o no, con el teléfono en mano decidí hacer la llamada de una vez por todas.

Timbró cuatro veces y no contestaba.

Intenté llamar una segunda vez. Hasta que respondieron desde Madrid.

— ¿Ma.. mamá?—dije con la voz entrecortada. No hablaba con ella desde mi cumpleaños, hace ocho meses. Me deseó un feliz día y me contó lo bien que le estaba yendo en su nuevo empleo, me alegré por ella y la conversación concluyó con un comentario que aún me sabía amargo, me había mandado a decirle a mi padre sobre el divorcio. Todo indicaba que se iba a casar con el CEO de la cadena de hoteles, una no muy lujosa pero conocida en España.

— Arya, ¿qué necesitas?—respondió suspirando.

—Quería conversar contigo, ¿cómo te —no terminé de hablar ya que el llanto de un bebé nos interrumpio. No supe que decir así que solo esperé oír hablar a mi madre.

—Estoy muy ocupada.... shhhh Alice—dijo mientras el llanto se intensificaba— Me llamas en otro momento, saludos por casa— finalizó la llamada.

¿Tenía una hija?

Imposible, me lo habría contado.

Por eso me había dejado de buscar y no me visitaba desde que se fue a buscar un empleo. Me partió el corazón ver a mi papá llorar cuando se enteró que se había enamorado de alguien más, pero tuvimos que superarlo. Yo no merecía su desprecio cuando la llamaba solo para buscar un consejo de mujer. Tuve que crecer con la ausencia de ella, papá trabajaba casi todo el día. Lo hacia por mi y no me quejaba de ello; al contrario, trataba de ser lo más agradecida con él. Quería saber si papá sabía de esto. Era muy temprano, él llegaría en un par de horas. Decidí ir a mi restaurant favorito de la ciudad, al que iba siempre cuando era pequeña. Sin darme cuenta estaba en un mar de lagrimas sentada sobre el piso de mi baño. Me arreglé y fui en búsqueda de mi cena.

Sentada en el lugar, me di cuenta de lo mucho que había cambiado. Ahora era mas concurrido por adolescentes que venían a pasar el rato, eran menos los niños que venían a jugar y ganar tickets para canjear premios.

Mientras esperaba mi orden, tenía mi concentración enfocada en mi móvil, averiguando un poco más sobre la vida de mi madre. Cuando alzé la mirada y me lleve la sorpresa de ver a Aleksander parado frente a mi. Tenía los brazos cruzados y una mirada divertida, lucía una camiseta que dejaban ver sus enormes tatuajes en los brazos.

Al encontrarse con mi mirada automáticamente frunció el ceño a medias, como si de un fantasma se tratara. Seguro era muy evidente que había llorado.

—¿Qué haces acá?— dije y me sequé las lagrimas con la manga de mi cárdigan. 

—Fui a buscarte y al notar que no estabas supe que habría un solo lugar en la ciudad donde te podría encontrar—respondió.

—Bueno, ya me encontraste. Te puedes ir.

—Por favor Arya. ¿Qué te he hecho?—estaba inquieto, jugaba con las llaves de su auto y sin darse cuenta había invadido mi privacidad, quería estar a solas.

—¿Qué me has hecho? Por culpa del ambicioso de tu padre—me detuve—Mi madre decidió irse a España para conseguir un trabajo y ayudarnos con los gastos. Resulta que ahora tiene otra... hija—sollocé—  Ahora me ignora y no puede atenderme ni un minuto por el... teléfono,  porque ya no existo para ella— expresé y sin darme cuenta tenía a Aleksander a mi lado, abrazándome mientras lloraba en su hombro.

Mierda.

Si tan solo pensarlo dolía, decirlo a voz era lo mismo a clavarme un puñal en el pecho.

—Perdóname—mencionó aún rodeándome entre sus brazos—Enserio no se que hacer para ayudarte.

Cartas para AryaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora