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Cuando abrí nuevamente los ojos me encontraba en una penumbra que solo era rota por la luz de la luna y las estrellas que se colaba por la ventana. Me hallaba nuevamente en la misma habitación donde me había despertado en la mañana, aunque lucía bastante diferente con aquella ligera luz azulada. No se oía ningún ruido en el resto de la casa.

Me puse de pie, dispuesto a averiguar si había alguien más en otro lugar de la casa. Sentía hambre, así que suponía que debía haberme quedado dormido un buen número de horas.

Caminé por el pasillo a oscuras hasta llegar a la sala y de ahí a la cocina. Ambos lugares se encontraban en penumbra, por lo que iba lentamente rogando por no tropezarme con nada. Esperaba que Melissa hubiera dejado algo en la cocina que pudiera comer. De lo contrario tendría que conformarme con un vaso de agua.

Al entrar en la cocina inmediatamente me di cuenta de que la puerta trasera, aquella por la que había visto entrar al gran lobo de pelaje rojizo, se encontraba abierta. Me pregunté si Melissa, Franco o Alfa habrían salido a dar un paseo nocturno o algo así, aunque también me asustaba la posibilidad de que alguien más se hubiera colado en la casa. Recordé que Franco había dicho que Sam y sus compinches seguramente me buscarían aquella noche, por lo que intenté concentrarme en la primera opción mientras tomaba un vaso de la alacena y después me dirigía hacia una jarra ubicada en un rincón de la cocina donde había visto que Melissa tenía agua. Cerca de ahí encontré un plato lleno del guiso que habíamos preparado y, dado que la mujer me había dicho que ni Franco ni Alfa comían muchos vegetales, inmediatamente supuse que era mío. En silencio le agradecí que me hubiera guardado algo para comer y comencé a comer mientras me acercaba a la puerta para contemplar el hermoso prado en que nos encontrábamos a la luz de la luna. Parecía un ambiente en calma y a la vez lleno de luz, un lugar perfecto para quedarse por siempre.

Mientras me acercaba a la puerta comencé a distinguir los rumores de voces que provenían de la parte de atrás. Al principio me asusté, pero prestando un poco de atención me di cuenta de que los susurros no eran los de alguien que se estuviera acercándose sigilosamente, sino más bien se trataba de personas que mantenían una conversación un poco alejados. Con curiosidad terminé de acercarme al umbral de la puerta, de forma que las voces se volvieron entendibles a pesar de que sus fuentes debían encontrarse todavía unos metros alejados de la casa. El silencio propio de la noche ayudaba bastante.

—¿Se volvió a desmayar? —preguntó entre risas una voz que identifiqué como la voz de licántropo de Franco—. Eso debió haber sido realmente cómico.

—No fue nada cómico —contestó una voz bastante gruesa en un tono un tanto agresivo. Oír aquella voz hizo que un estremecimiento me recorriera el cuerpo.

—Disculpa, quizás para ti y para él no, pero si intentaras mirarlo desde afuera seguro que te parecería diferente —repuso Franco en tono conciliador—. Cualquiera diría que Giraud no puede mirarte sin desmayarse.

—Así parece —dijo aquella voz grave que debía ser la de Alfa, haciéndome estremecer nuevamente. Sin embargo, ahora no había sonado enfadado, sino más bien triste.

—Tal vez si dejaras que él te mirara en tu forma humana —sugirió Franco bajando la voz.

En ese momento se escuchó el ululato de una lechuza que a juzgar por el ruido debía encontrarse justamente encima de la puerta de la cocina. Aquello me imposibilitó escuchar la respuesta de Alfa a la sugerencia del otro licántropo.

—Bueno, si lo pones así... —añadió Franco condescendientemente.

En ese momento sentí un escalofrío. Inmediatamente pensé que sería el aire nocturno que se colaba por la puerta y decidí que era tiempo de volver a mi habitación. Pero antes de que pudiera hacerlo oí la exclamación alarmada de Alfa.

Moon RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora