11

21 1 0
                                    

—¿Te encuentras bien? —me preguntó Franco con interés.

—Por supuesto —le contesté al licántropo a mi lado en voz alta.

"Digo, excluyendo los nervios que están a punto de matarme" pensé para mis adentros.

Aquello no tenía ni pies ni cabeza. ¿Por qué mis nervios habían escalado hasta ese nivel? Solo iba a conocer al hombre lobo que había salvado mi vida en dos ocasiones. Sabía que no era peligroso, al menos no para mí. No obstante, si era totalmente honesto conmigo mismo, no era mi seguridad la que me preocupaba. La clase de nerviosismo que sentía poco tenía que ver con enfrentarse a un peligro, al menos físico. No, mi nerviosismo tenía que ver con el hecho de que cada vez que pensaba en la palabra atractivo mi mente me enviaba una imagen del licántropo al que estaba a punto de ver.

¿Cómo podía pensar que fuera atractivo? Era decir, ¿alguna vez lo había visto realmente con atención? Me había terminado por desmayar en todas las ocasiones que él se encontraba a la vista. Además, ¿podías comparar a un hombre "normal" con un hombre lobo? Siempre me habían gustado los hombres (nada problemático en nuestro continente, gracias al cielo). ¿Cómo podía entonces de repente ponerme nervioso ante un ser mitad animal?

Sin embargo, así era. Me sentía como un colegial que estuviera a punto de ver a la persona que le gustaba. Como si aquella fuera mi primera cita. Eso era malo, porque ni se trataba de una cita romántica ni Alfa me gustaba de esa manera.

¿O sí lo hacía?

—Realmente no luces bien —apuntó Franco al tiempo que ladeaba la cabeza.

Puse los ojos en blanco. Me hubiera gustado decirle algo como que estaba exagerando, pero sospechaba que mi tono de voz me traicionaría y solo lo haría confirmar sus sospechas. Prefería que interpretara mi mirada de la manera que esperaba.

No caminamos muy lejos de la cabaña. Cerca del lado oeste se encontraba otro claro, más pequeño y no tan definido como en el que se encontraba esta, pero sí lo suficientemente espacioso como para ser iluminado con la luz de la luna y las estrellas. En él, sentado sobre un tocón, se hallaba ya Alfa.

¿Por qué de repente sentía mi pulso acelerarse? Percibía mi rostro caliente, pero ello no tenía nada que ver con el clima que hacía en el lugar. Mi respiración también cambió, se volvió más rápida y superficial sin que yo pudiera evitarlo. Mi inconsciente me dominaba por completo al estar frente a Alfa.

Él se encontraba muy tieso sobre el tocón. Pude notarlo al prestarle atención por primera vez desde que había llegado al bosque de la corona. Su posición, aunque totalmente recta, parecía muy forzada. Un recuerdo pareció destellar en mi mente, pero no fui capaz de precisarlo. La forma en que Alfa estaba sentado me recordaba a alguien más, pero no podía definir a quién. De todas formas, no era que pudiera pensar con mucha coherencia al contemplar su pelaje rojizo en el que quería hundir mis dedos para verificar si era tan suave como parecía. También buena parte de mi atención se la llevaban sus ojos oscuros, los cuales a pesar de mirarme con precaución me parecieron profundos y enigmáticos.

Durante un momento, bastante corto a mi parecer, ninguno de los dos habló. Luego supongo que él se sintió incómodo, puesto que carraspeó sonoramente antes de pronunciar palabra.

—Hola —saludó con una voz de barítono que me sonó más familiar de lo que debería—. Melissa me dijo que querías hablar conmigo.

Yo solo pude asentir. Sentía mis piernas de gelatina, mi garganta seca. Jamás había experimentado nada parecido, ¿o sí?

—¿Sobre qué quieres hablar? —inquirió el licántropo con tono seco.

Debía realizar un esfuerzo. No podía quedarme ahí como idiota cuando yo había solicitado esa reunión.

—Pues... —comencé sin estar seguro de qué decir, pero en cuanto hube abierto la boca todo fue más fácil al ver que no había perdido la capacidad de articular sonidos—. Para empezar, quiero agradecerte por salvar mi vida en dos ocasiones. Sé que no estaría aquí si no fuera por ti o quizás estaría como un licántropo. En cualquier caso, gracias.

No supe cómo interpretar la expresión que cruzaba el rostro de Alfa en ese momento. ¿Aceptaba mi agradecimiento? ¿Le era indiferente porque finalmente a eso se dedicaba con Franco? ¿Acaso le dolía porque recordaba que cuando él fue mordido no hubo nadie que lo rescatara, ni siquiera que lo intentara?

No obstante, no tenía tiempo para intentar averiguar eso. No en ese momento que por fin estaba hablando frente a él. Necesitaba sacar todo antes de ponerme a escuchar.

—También quiero decirte que no debes pasar todo el día fuera de casa solo porque yo esté en ella —continué—. Si te hago sentir incómodo puedo quedarme todo el día en la habitación que me prestan o en cualquier otro lugar en el que no tengas que cruzarte conmigo. Es tu casa y tú tienes más derechos en ella que yo.

Quería seguir hablando, pero la expresión en el rostro de Alfa me lo impidió. A pesar del largo hocico y los dientes amenazantes, era fácil detectar la sonrisa que de pronto cruzó su rostro.

—Sí, ya Melissa y Franco me habían comentado que tenías esa ridícula idea en tu cabeza —comentó él aparentemente divertido—. Pero permíteme que te desmienta: no es por ti que no estoy en casa. Para empezar me gusta pasar el día fuera desde antes de que llegaras. Por otro lado, hay muchas actividades que realizar contigo como invitado. Como quizás Franco y Melissa ya te hayan informado, Sam y su pandilla se interesan solamente en cazar a hombres. Con Melissa sola en la casa no había nadie a quién defender realmente, pero contigo las cosas cambian. He estado buscando rastros de los otros cerca de la cabaña para asegurarme de que no encuentran ninguna ruta que pudiéramos pasar por alto para llegar hasta ti.

Aquello sonaba un tanto sorprendente. No imposible, porque sonaba perfectamente creíble, pero me asombraba que alguien pudiera preocuparse de esa manera por mí. Nunca había sido muy cercano a nadie en el lugar donde vivía, más bien era un tipo solitario que solía apañárselas por sí mismo. Aunque bueno, a juzgar también por las actitudes de Melissa y de Franco, aquello resultaba un comportamiento típico para ellos. Quizás la ausencia de grandes multitudes los hacía sentirse más cercanos unos a otros.

—Okey —expresé sintiéndome algo tonto sin saber por qué. Quizás porque Alfa tenía razón y había hecho tontas suposiciones—. Supongo que es bueno saberlo.

Nos quedamos sin decir nada por un momento, simplemente mirándonos a los ojos el uno al otro. Yo sentía que podía perderme en los suyos por un buen rato.

—Te prometo que te protegeré hasta que regreses a Firenze sano y salvo.

Le creí. Y con esas palabras me sentí protegido. Sin embargo, aquello también tenía sus inconvenientes. De repente ya no sabía si quería que esa sensación se terminara. De repente comencé a preguntarme si realmente deseaba regresar a Firenze.

Moon RevengeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora