CAPÍTULO 18

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Alan.

Mi despertador empezó a resonar por toda la habitación, solté un gruñido y me removí en la cama notando algo pesado a mi lado, pero no le di mucha importancia. Estiré mi brazo hacia la mesita de noche que se encontraba a mi lado, y tomé el despertador para apagarlo y luego volver a dejarlo en su lugar.

Ya eran las cuatro y media de la mañana, tenía media hora para ducharme y vestirme, pues a las cinco debía estar vigilando el jardín. Me volví a remover en la cama hasta por fin abrir los ojos.

Mierda.

Ivette estaba profundamente dormida a mi lado, una de sus piernas estaba enrollada con la mía y uno de sus brazos reposaba encima de mi pecho. Su pelo estaba revuelto, sus labios estaban entreabiertos y su respiración era tranquila.

Mierda y más mierda.

Si nos pillaban estaríamos en graves problemas.

Recuerdo como la noche anterior estuvimos dándonos besos y riendo hasta caer rendidos en la cama, ella me abrazó y cerró los ojos, yo acariciaba su pelo con cuidado, deshaciendo así algún que otro nudo de su melena. En aquel momento no pensé en las consecuencias. Debía volver a su habitación antes de las seis.

—Ivette —intenté despertarla, pero ella no reaccionó. La tomé por los hombros y la zarandeé con cuidado, ella murmuró algo que no logré entender —Ivette —repetí.

—Haz el favor de dejarme en paz —murmuró de nuevo, y esta vez sí que logré entender lo que decía. Tomó la manta y se tapó por completo con ella, en otro momento esta situación me habría parecido graciosa, pero en estos momentos estaba temblando del miedo, no tanto por lo que podría pasarme a mí, sino que las consecuencias que tendría para ella.

—Ivette, debes volver a tu habitación —dije desesperado. En ese momento pareció despertar por completo y se levantó de la cama de un solo salto.

—Mierda, Alan, ¿qué hora es? —empezó a caminar de un lado a otro de la habitación mientras hundía sus manos en su cabellera negra. No pude evitar sonreír. —¡Alan!

Me acerqué rápidamente a ella y le tapé la boca con una mano.

—Deja de gritar, idiota, ¿o acaso quieres que nos pillen?

—¿Qué hora es? —preguntó de nuevo.

Miré mi despertador y luego la volví a mirar a ella.

—Las cuatro y treinta y seis.

—Vale, tengo tiempo de volver a mi habitación sin que me pillen, o eso espero.

Los superiores que tenían turno de madrugada salían de sus habitaciones a las cinco de la mañana, los que tenían turno de noche volvían a sus habitaciones también a esa hora. Tendría que esconderse muy bien entre los pasillos y ser totalmente silenciosa para que no la atraparan.

—Tienes veinticuatro minutos para volver a tu habitación, pero eso no significa que no haya superiores rondando por ahí, así que ten cuidado, ¿vale? —ella asintió con la cabeza, acaricié su pelo y la acompañé hacia la puerta, antes de que pudiera salir, la tomé del brazo y la acerqué a mí, ella me miró dubitativa. Acaricié su mejilla y le di un corto beso en los labios —Luego nos vemos.

(...)

—Alan Carter —las piernas me temblaban y las manos me sudaban, me las pasé por los pantalones para secarlas, pero los nervios no cesaban.

Caminé por un pasillo de paredes blancasdemasiado blancashasta detenerme en frente de una puerta de madera, respiré hondo antes de tomar el pomo con una de mis manos y adentrarme en aquella habitación.

Al entrar me encontré con un escritorio de madera algo oscura y detrás del escritorio estaba sentado él, el superior supremo. Aunque la habitación era amplia y estaba bien iluminada por la gran ventana que había, me sentía sofocado, quería volver a salir, pero no lo hice. Intenté mantener la calma con todas mis fuerzas.

—Siéntate.

Me acerqué al escritorio como pude, pues las piernas me seguían temblando y empecé a pensar que podía caerme en cualquier momento. Me senté en la silla que se encontraba frente a él.

Acababa de cumplir los dieciocho años, desde los cinco estuve encerrado en este internado, y recuerdo poco de lo que pasó antes de entrar aquí. Ahora en esta misma habitación iba a ser decidido mi futuro.

—Felicidades, has pasado las pruebas para ser un superior —dijo de forma indiferente mientras recolocaba unos papeles que estaban esparcidos encima de su escritorio.

Mantení toda la calma posible, sabía que no podía ponerme a saltar y gritar de la emoción, así que me limité a asentir con la cabeza con una expresión totalmente seria, o al menos eso intentaba.

—Empiezas el mes que viene —volvió a levantar su mirada y se fijó en mí, mi cuerpo se tensó —ya puedes retirarte —. Volví a asentir con la cabeza antes de levantarme de la silla, pues no sabía qué más podía hacer. Al salir de la habitación pude volver a respirar con tranquilidad.

(...)

Llevaba ya dos meses siendo un superior, empezaba a acostumbrarme, aunque estaba realmente cansado, dormía poco a parte tenía que fingir que aquellas normas que imponían, me parecían bien, cuando era todo lo contrario.

—Norma veintiuno, solo escuchar música clásica —. ¿Era enserio? ¿A qué idiota se le había ocurrido esa norma? —Norma cinco, prohibido quejarse de las normas —. Apreté mis labios para así aguantar la risa. ¿Pero qué clase de normas eran estas?. Pero había más —norma dieciocho, prohibido leer libros eróticos —. Venga ya, no podían ir enserio.

Miré a mi alrededor, algunos internos estaban sentados en los bancos, obviamente manteniendo las distancias, pues también tenían una norma para eso: —Norma cuatro, evitar el exceso de contacto con otros internos.

Otros internos jugaban en el campo de básquet, unos simplemente paseaban de un lado a otro del jardín, y luego estaba ella, aquella chica de pelo negro que siempre tenía una expresión indiferente en su cara. Desde que había empezado a ser superior la había visto todos los días en la fuente central. Era la más odiada por no seguir las normas. Se conocía la zona de castigos de sobra.

—¡Eh, tú! —Le gritó un niño de su misma edad —¡Pelo estropajo! —fruncí el ceño, solo era una niña, debía tener catorce años. Ella ni siquiera lo miró, estaba completamente distraída mirando como se movían los peces de la fuente.

(...)

— ¿Superior veintidós? —miré quién me llamaba. Era otro superior —te toca vigilar la segunda planta de las aulas —. Asentí con la cabeza y me fui a donde él me había dicho.

101 NormasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora