CAPÍTULO 40

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Nos despertamos pronto. Bueno, en verdad yo me desperté pronto y luego obligué a los demás a hacerlo. ¿Es que cómo podría dormir tranquilo sabiendo que Ivette está en malas manos?

Della decidió quedarse en casa, por lo que al final fuimos Jonathan, Frederick y yo. Como iba a ser un largo viaje, Della fue tan amable de ofrecerme unos auriculares y un teléfono viejo que según ella ya no usaba. La funda estaba decorada con pequeñas piedras rosas y algunas pegatinas de corazones que ya estaban desgastadas por el paso del tiempo. Gracias a ella ya tendría algo con lo que distraerme durante el viaje.

Después de una hora de viaje yo seguía escuchando la misma canción en bucle.

Mares que inundan
son igual que tú.

Mares de peligro
que nos hacen sentir vivos.

Mares locos
Mares puros
Mares cálidos.

—Oye, chicos. —Frederick, que era el que conducía, se había detenido en una gasolinera —. Voy a parar un rato para descansar, aparte me ha entrado hambre, ya sabéis, esta barriga no se llena sola. —Dice mientras la acaricia.

—Vale. —Contestamos Jonathan y yo en unísono.

—¿Queréis algo?

—Una cerveza. —Responde mi amigo.

—¿Cuántos años tienes, niño?

—Los suficientes. —Sonríe con superioridad.

Frederick parece dudar por un segundo, pero no tarda en dedicarle una sonrisa amigable.

—¿Y tú quieres algo, Alan?

—Con un agua estaré bien.

Tengo planeado seguir escuchando la misma canción en bucle, pero antes de que pueda ponerme de nuevo los auriculares, Jonathan hace una pregunta que me toma desprevenido.

—Oye, ¿cómo es Ivette? Hablas mucho de ella y, bueno... me ha entrado la curiosidad.

Su pregunta hace que la risa de Ivette resuene entre mis pensamientos. La echo tanto de menos que incluso duele su ausencia, ese dolor se transforma en una presión en mi pecho que incluso me dificulta respirar. Aún noto la suavidad de su piel en las yemas de mis dedos, sus labios encima de los míos, o el tono que toman sus mejillas cuando la hago sonrojarse. Ella es...

Pienso en ella y en cuáles serían las palabras perfectas para describirla. Para mí ella es perfecta, a su manera, pero perfecta.

—Pues... valiente, auténtica, testaruda, sentimental y cariñosa. —Mientras pronuncio cada una de esas palabras el rostro de Ivette se reproducía una y otra vez en mi mente.

Aprieto mis labios y trago grueso. Noto cómo se va formando un nudo en mi garganta, pero no quiero llorar, porque esto no es una despedida, no es un final, esto no termina aquí. Ella va a volver conmigo, y si alguna vez lloro por ella que sea porque de verdad se ha ido, porque de verdad la he perdido, pero hasta entonces quiero pensar que va a pasar mucho tiempo, muchos años, y probablemente yo acabe yéndome antes que ella. 

—Se nota que te importa mucho. —Jonathan baja la mirada por unos segundos pero después vuelve a mí.

—Jamás me habría planteado escapar del internado si no fuese por ella. Ivette me enseñó el significado de la libertad. —No puedo evitar reírme, pero no es una risa de alegría, es una tristeza. Una risa que esconde recuerdos, pensamientos y dolor, sobre todo dolor. 

—Seguro que estará bien. —Él pasa su brazo por encima de mis hombros y aprieta uno de ellos. Un apretón amistoso, pero que aún así es una forma de mostrarme su apoyo. 

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