CAPÍTULO 20

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Zac.

Subí por las escaleras con rapidez, mi corazón latía con fuerza, mi respiración era jadeante y notaba toda mi frente sudada, y no solo por estar subiendo las escaleras a toda rapidez, sino que también por el miedo de perderla. Los nervios revoloteaban por todo mi cuerpo, temblaba y respiraba intranquilo.

Al llegar a la quinta planta ni siquiera me paré un segundo a descansar. Miré mi alrededor, no había nadie.

Corrí por los pasillos hasta llegar a la habitación de Ivette. Con la mano temblorosa logré abrir la puerta. Un aroma a mujer llegó a mis fosas nasales.

La habitación estaba ordenada, bueno, como todas.

"Norma 22: Mantener tu habitación siempre recogida."

Cerré la puerta y me adentré en la habitación. No tardé mucho en darme cuenta cuál era la cama de Ivette, estaba claro que era la que estaba un poco desecha, a diferencia de las otras dos camas, que estaban tendidas a la perfección.

Caminé hacia la mesita de noche que había al lado de su cama. Rebusqué en los cajones, pero no encontraba las cerillas. Empecé a desesperarme.

<<¿Dónde pondría Ivette las cerillas?>> —me pregunté.

Estaba claro que en los cajones de la mesita, no. Ivette no sería tan tonta como para guardarlo ahí. Podrían encontrarlo con facilidad.

Busqué debajo de la cama, en su armario, incluso en el baño.

Una cosa me quedaba clara, Ivette era increíble escondiendo cosas.

Volví a mirar debajo de la cama. Nada. Me senté en la cama, frustrado, me pasé las manos por el pelo y luego dejé descansar mi cabeza encima de las palmas de mis manos.

Ivette, ¿dónde has dejado las putas cerillas?

Cerré los ojos y pensé en todos los lugares en los que había buscado y cuáles se me podrían haber olvidado de mirar.

Pasé mi mano por la blanca sábana que cubría la cama de Ivette. Apreté el colchón con la mano, y eso pareció darme una idea de dónde podría haberlo escondido.

Me levanté de la cama de un solo salto y agarré con fuerza el colchón para segundos después levantarlo.

Ahí estaba la caja de cerillas. Una felicidad me invadió el cuerpo.

Alan.

—¿Has visto al superior catorce? —le preguntaba a otro superior.

Él negó con la cabeza.

—Ni idea —apreté aún más mis puños. Me di media vuelta para seguir buscando, pero él me detuvo —espera, creo que lo he visto subir.

—Vale, gracias.

Caminé hacia las escaleras y subí con prisa.

Debía encontrar a ese imbécil y que me dijera dónde había metido a mi Ivette. Mi internada favorita.

Me paseé por los pasillos, subía y bajaba todo el rato. Si creía que podía escapar de mí, estaba muy equivocado.

A lo lejos escuché unas voces, así que paré en seco y me mantuve totalmente en silencio.

— ¿Has cerrado con llave? —decía uno.

—Sí. La última vez que la he visto, estaba inconsciente —. Hablaban casi en susurros y me costaba horrores escucharlos con claridad, aún así supe que ese debía ser el superior catorce.

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