CAPÍTULO 28

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[CAPÍTULO NO CORREGIDO]

Desperté en una habitación con la cual no estaba familiarizada. Alan dormía a mi lado profundamente. Uno de sus brazos rodeaba mi cintura, y la sábana se había enredado entre sus piernas.

Me levanté de la cama con el máximo cuidado de no despertarlo. Salí de la habitación de puntillas, y al instante un aroma a café y pan recién hecho, me envolvió.

La luz de la mañana entraba por las ventanas e iluminaba toda la casa con intensidad. Seguía sin ser muy acogedora por la falta de muebles, pero los rayos de sol le aportaron la calidez que le faltaba.

—Buenos días —escuché a mis espaldas. Había estado muy concentrada mirando los cuadros colgados en la pared, en concreto uno en el que aparecía una mujer con un manto blanco de muselina, el cual envolvía todo su cuerpo. En sus manos sostenía a un pequeño bebé que también tenía mitad del manto tapando su diminuto cuerpo. El fondo se trataba de un prado extenso repleto de pequeñas margaritas, acompañado de un cielo despejado.

La apariencia de aquella mujer se me hacía algo familiar, como si la hubiera visto en otro lugar, y aunque me tomé mi tiempo para recordar, fue en vano.

Su cabello marrón casi negro, era largo y lacio. En algunos puntos le iluminaba el sol y se podía apreciar leves mechones cobrizos que no llamaban la atención, pero estaban ahí. Sus ojos azules, claros como el agua, fue lo que más me llamó la atención, aparte de sus delicadas manos con las que tomaba a aquella pequeña criatura.

—¿Te gusta? —Anne se había colocado a mi lado para contemplar también aquella pintura.

—Sí, es muy...delicada —intenté definirlo con una palabra.

No era experta en el arte, ni siquiera sabía dibujar una persona de palitos, pero de todas formas me fascinaba observar cada pincelada de aquella pintura. Cada trazo era tan delicado y firme, que lograba desprender seguridad. Quise pasar mis dedos por encima para notar la textura del lienzo y cada una de las pinceladas en mis yemas.

—Lo es —por fin la miré. Ya no parecía la misma que ayer por la noche. Tenía su pelo recogido en un moño bajo, su rostro parecía más tranquilo, y en sus manos sostenía una taza humeante. —Lo pintó mi amiga.

—Vaya, pues tiene mucho talento.

—Sin duda —tomó un sorbo de su café. Su vista seguía fija en el cuadro. —Era una mujer maravillosa.

Anne seguía sonriendo. Acariciaba la taza con uno de sus pulgares, estaba distraída pensando, y no me costó darme cuenta en qué. Rememoraba los momentos que había vivido con aquella mujer, su voz o la suavidad de su piel. Seguro fue una persona interesante.

—Qué...¿Qué le pasó?

Anne miró el interior de su taza y luego me miró a mí.

—¿Quieres café?

(...)

Colocó la taza llena de café en frente de mí, antes de sentarse se rellenó la suya y me sirvió un plato de galletas recién hechas.

—Gracias.

—Ella pintó ese cuadro para su hija —empezó a explicarme —era tan pequeña y risueña —Anne sonrió por sus propias palabras —pero llegó el año cuatro y ella no pudo hacer nada para evitarlo —poco a poco la felicidad se fue disipando, y se convirtió en tristeza, en recuerdos que no se querían sacar a la luz una vez que fueron enterrados. Anne me miró fijamente y con una expresión completamente seria —se llevaron a su hija. —Sabía que estaba aguantando las lágrimas, que en verdad le afectaba mucho más, pero escondía todos sus sentimientos bajo una capa de seriedad. Lo pude ver en cada uno de sus movimientos. Cómo apretaba la mandíbula, de la misma forma que apretaba la mano en la cual sostenía su taza, estaba tensa, tanto que incluso le costaba tragar.

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