CAPÍTULO 30

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Al llegar a casa Alan estaba muy preocupado, habíamos estado toda la tarde fuera, aparte que habíamos salido sin avisarle, pues estaba dormido. El resto del día Anne y yo estuvimos más silenciosas de lo normal, cada una pensando en la conversación de esta mañana, y cuanto más lo pensaba, más ganas tenía de llorar. Alan intentó varias veces hablar conmigo, pero yo solo negaba o asentía con la cabeza. Antes de irme a dormir me tomé una corta ducha, lo necesitaba, pero no tenía ni fuerzas para enjabonarme el cuerpo, sentía las extremidades entumecidas, sin fuerza. Mis lágrimas se mezclaban con el agua y no podía retener mis sollozos. ¿Por qué la echaba de menos? Si de todas formas nunca la llegué a conocer, al menos no lo suficiente como para recordarla.
—¿Ivette? —Alan acababa de entrar al baño —¿Estás bien?

Estaba de espaldas a él, por lo que no podía ver su expresión.

—Sí —sollocé —lo siento por estar distante hoy. —Enjabonaba mi pelo con lentitud, tragaba con fuerza y apretaba mis ojos para retener mis lágrimas. No quería que Alan me viera así, no quería que me preguntase nada, solo quería olvidar.

—No me creo que estés haciendo esto.

—¿De qué hablas? —Bajé mis brazos para continuar lavando el resto de mi cuerpo, pero ni siquiera lo estaba haciendo bien. Mi mente estaba en otro lado.

Tardó en contestar, y aunque quería girarme para saber qué sucedía, no lo hice, porque sabía que si me giraba tendría que mirarlo a los ojos, y en ese momento sería donde se daría cuenta que algo no va bien.

Pasados unos minutos sentí algo cálido pegarse a mi espalda y rodearme la cintura. Alan apoyó su barbilla en mi hombro y se mantuvo así durante unos segundos.

—No me creo que me estés pidiendo perdón por estar mal.

—No estoy mal —respondí con una falsa seguridad.

Volvieron a pasar otros segundos de puro silencio.

—Déjame que te ayude.

Me movió con suavidad hasta quedar frente a él. No me miró el cuerpo, se centró en mis ojos, y es que hay gente que dice que estos son la ventana del alma. Durante los segundos en los que se dedicó a mantenerse callado y mirarme con atención, sentí muchas más cosas que con miles de palabras. Sentí una enorme calidez en el pecho cuando él me acarició el rostro con sus manos, y en ese momento me sentí tan descubierta a su lado, pero no solo hablando físicamente, sino también emocionalmente. Era como si Alan supiese cada cosa que pensaba, y con la forma en la que me miraba, sabía que me apoyaba sobre todas las cosas. Me sentía tan segura a su lado que me permití llorar en su hombro. El rubio me acariciaba la cabellera con cuidado, luego bajaba su mano hasta mi espalda y me daba caricias circulares para luego volver a mi pelo.

—Lo siento. —Dije sin pensar. Aunque en el fondo sabía que le pedía perdón por derrumbarme, porque no me gustaba que me viera así, al igual que sabía que a él no le gustaba verme así.

—¿Por qué me pides perdón?

—Yo...no lo sé. Ahg, lo siento. —Hundí mi rostro aún más en su cuello.

—Deja de pedirme disculpas —Él se rió y sentí la vibración que provocó en su pecho.

—Vale, perdón.

—Ivette.

—No puedo evitarlo —reí también.

—Bueno, venga, que ya tengo frío.

Alan me ayudó a acabar de ducharme. Enjabonó mi pelo mejor de lo que yo lo había hecho y continuó con mi cuerpo. Al salir de la ducha me rodeó con una toalla y me abrazó durante largos segundos, segundos que parecían eternos, pero que aún así no eran suficientes.

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