CAPÍTULO 33

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Me despedí de Anne con la mano, era momento de seguir avanzando con nuestro viaje, pero no iba a mentir, la echaría de  menos, más de lo que podría haber pensado en un principio.

Nos dio todo lo que necesitábamos, pero sobre todo la calidez y el cariño. Anne era una maravillosa mujer, y no quería pensar que esta sería la última vez que la viera, había sido como una madre para mí durante esta semana, y seguro que mamá hubiera estado orgullosa de ella, era una buena amiga, eso lo tenía claro.

—¡Te echaré de menos! —Mis palabras eran totalmente sinceras.

—¡Cuídate!

La miré por última vez antes de subirme al coche. Anne había llamado a un amigo suyo para informarle de la situación. Le comentó que necesitábamos a alguien que nos sacara del país, él fue muy amable y aceptó de inmediato. Al principio me pareció extraño que alguien aceptara con tanta facilidad, pero luego pensé que tal vez lo hacían como un acto solidario, por pena quizás.

Cuando el coche empezó a avanzar miré por última vez a Anne, ella seguía ahí de pie viendo como cada vez nos alejabamos más. Me dedicó una de sus sonrisas antes de que el coche desapareciera de su vista. Yo le dediqué una de vuelta, aunque dudaba de que ella lo hubiera visto.

—Bueno, ¿cómo estáis, chicos? —El hombre miraba muy concentrado la carretera mientras sujetaba el volante con sus dos manos.

—Bien. —Contestó Alan, aunque yo sabía que su respuesta no era del todo cierta, simplemente lo decía para que el señor no nos hiciera demasiadas preguntas, y lo entendía, a mi tampoco me apetecía responder preguntas respecto al internado.

Según lo que nos había dicho el hombre, el viaje iba a ser bastante largo. Al principio me quedé mirando un rato por la ventana. Lo único que veía era la autopista y los árboles que la rodeaban, ni siquiera pasaban otros coches por ahí, éramos los únicos. Finalmente al ver que no había nada interesante que observar, decidí cerrar los ojos y descansar durante un rato, pero no sin antes tomar la mano de Alan y entrelazar sus dedos entre los míos.

No sé cuánto tiempo pasó cuando noté que alguien me zarandeaba con cuidado.

—Hey, Ivette —me acarició el rostro y yo me removí de mi lugar aún sin abrir los ojos —Ivette, despierta. Tienes que ver esto.

—Voooy —dije alargando la "o". Froté mis ojos antes de abrirlos, y cuando lo hice, la luz del sol me molestó con intensidad, por lo que instintivamente volví a cerrarlos.

—Vamos, cariño. —Me tomó de la mano obligándome a levantarme. Yo le dejé que me arrastrara hasta el exterior del vehículo.

—¿Me acabas de llamar cariño? —Volví a sentir ese cosquilleo tan solo de pensarlo.

—¿Qué? No.

—Claro que sí.

—Creo que estás alucinando. —Iba a protestar pero me callé mis palabras de inmediato cuando ví lo que había en frente de mis narices.

Estaba viendo por primera vez el mar en persona. Las olas iban y venían con un compás tranquilo, mientras las gaviotas surcaban el cielo y decoraban el hermoso paisaje. Si respiraba profundo podía oler el aroma de la brisa marina, y era una sensación inexplicable. Había visto fotos del mar en los libros de biología, pero nunca en persona, y ahora que lo tenía enfrente no sabía como reaccionar. Quería correr y tirarme en la arena, saltar de bomba en el mar, e incluso probar su sabor, da igual si estaba muy salada.

—Esto es... —Intenté expresar con palabras lo que me parecía, pero ninguna se aproximaba a lo que realmente sentía. Ninguna de las muchas palabras que existían eran lo suficientemente buenas como para compararlas con esto. Esto era distinto, y tal vez no era tan mágico para algunos, pero para otros esto debía ser como poder tocar la libertad con las manos.

—Nunca te lo he dicho, pero me recuerdas al mar. —Alan también observaba atento cada movimiento de la marea.

—¿En serio? —Él asintió con la cabeza, y pude darme cuenta que sus mejillas estaban algo coloradas. ¿Alan sonrojándose? Creo que era la primera vez que lo veía sonrojarse —. ¿Por qué?

Él negó con la cabeza, y entendí que no quería responder ahora.

—Bueno, qué, ¿os gustan las vistas?

El hombre había vuelto, y en sus manos sujetaba dos bolsas de plástico. Por su apariencia parecía una persona amigable. Era algo bajito —pero no más que yo —, fornido, pero de cuerpo poco atlético. Su cabello era de un marrón intenso, al igual que el color de sus ojos, y por último sus mejillas, que eran redondas e hinchadas.

—Es precioso —comentó Alan, aunque a mi me parecía más que eso.

—He comprado algo de comida, ¿tenéis hambre?

Sacó de una de las bolsas de plástico una botella de zumo de manzana, y unos sándwiches de pavo ya preparados. Comimos todos juntos mientras mirábamos el mar moverse con tranquilidad. Alan y el hombre, (que al final nos dijo que se llamaba Frederick) hablaban felizmente. El atardecer empezaba a decorar el cielo, y esa fue la señal que necesitábamos para continuar con el viaje.

Alan se durmió durante un rato con la cabeza apoyada en mi regazo, acaricié su pelo y diferentes partes de su rostro, la otra mano la metí en el bolsillo de mi sudadera, y fue en ese instante cuando noté un papel que no recordaba haber guardado. Lo saqué de forma desinteresada, lo desdoblé y me encontré con dos rostros sonriendo felizmente a la cámara. Reconocí al instante a una Anne de aspecto mucho más joven, su pelo era largo y caía en forma de cascada por sus hombros, y a su lado había una mujer de pelo también largo, pero más lacio que el de Anne, y de un color más intenso. Inspeccioné el rostro de la mujer durante unos segundos hasta que me di cuenta de quién era. Era ella, era mamá.

(...)

Se estaba haciendo de noche y debíamos parar en algún lado para descansar, para nuestra suerte acabamos encontrando un motel. Desde fuera se veía anticuado, perfecto para una película de terror, aunque tal vez también era porque estaba anocheciendo, y por la noche todo solía parecer incluso más aterrador.

Por dentro no era mejor que por fuera. Tenía las paredes desgastadas, olía a humedad y polvo, sin comentar que el color de las luces no favorecían en nada al lugar. En el mostrador había una señora mayor tecleando algo en el ordenador, llevaba unas gafas redondas de pasta roja y un moño perfectamente recogido. Frederick fue el que se acercó al mostrador.

—Buenas noches, señorita. ¿Tenéis dos habitaciones libres? —La recepcionista dejó de teclear y por fin miró al hombre con una expresión fría, con su dedo índice se subió las gafas para luego continuar tecleando. No miré a Alan, pero suponía que se encontraba igual de tenso que yo.

—Planta tres, habitación veinte y veintidós —habló por fin la señora. Se giró y tomó las llaves que colgaban a sus espaldas para luego dejarlas con asco en el mostrador.

—Genial, muchas gracias. —Frederick le guiñó un ojo antes de volver con nosotros —. ¿Qué habitación queréis?

(...)

Al final Alan y yo nos quedamos con la habitación veinte. Era pequeña, pero no necesitábamos más. Había una cama, una pequeña ventana y un baño.

—Estoy agotada. —Me tiré de espaldas en la cama y cerré los ojos por un instante.

Noté las manos de Alan recorrer mi abdomen y acabar en cada costado de mi cuerpo, no le di mucha importancia, pero en ese momento el rubio empezó a hacerme cosquillas y yo me retorcí en la cama, entre risas le pedía que parara.

—¡ALAN! —Él no se detenía, y a mí ya me dolía la barriga de tanto reír —. Para, por favor.

Continuó durante unos minutos más hasta que al final se tumbó cansado a mi lado. 

—Definitivamente eres como el mar.

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