CAPÍTULO 24

183 33 2
                                    

Ivette.

Mi garganta ardía. Ya no lloraba, pero no significaba que ya no me doliera. Dolía y mucho, ya no sentía mis piernas, mis manos estaban frías y la presión en mi pecho aumentaba con el tiempo. Seguía corriendo junto a Alan, no sabía cuándo pararíamos, o hacia dónde nos dirigíamos.

El rubio se detuvo junto a un árbol, apoyó su espalda en él y cerró los ojos, también estaba cansado, su respiración era jadeante, y aunque hacía frío se podía ver como una gota de sudor se deslizaba por su frente. Yo apoyé mis manos en mis rodillas, me dolía el abdomen, y es que no sabía cuánto tiempo habíamos estado corriendo, pero para mi habían sido horas.

—¿Crees que ahora me estará odiando? —no pude evitar preguntar.

—¿Eh?

—¿Tú crees que ahora Zac me odia? —pregunté de nuevo.

—¿Por qué debería odiarte?

—Porque me he ido, sin él. —Cerré con fuerza mis ojos, las lágrimas amenazaban con volver a salir.

Las palabras de Zac empezaron a resonar una y otra vez por mi mente, como si se tratase de un Radio Cassette antiguo.

"Solo intento ser tu amigo."

"Si tú rompes las normas, yo las romperé contigo, si tú sufres, yo sufriré junto a ti."

"Espero algún día puedas llegar a perdonarme del todo, sé que no será fácil, pero hasta entonces intentaré conseguir tu confianza ayudándote hasta el final, es lo que te mereces."

Él quería mi confianza, mi amistad, quería ayudarme para no verme sufrir, fue de las pocas personas que se mantuvo a mi lado y yo me había ido, me había marchado sin él. Había sido una mala amiga.

—Ivette —Alan habló sacándome así de mis pensamientos —Zac no te odia, él se arriesgó por ti, soy consciente de que lo hizo por ti y no por mí. Él te quería mucho, sin duda fue un gran amigo, es imposible que ahora te odie, él sabía a lo que se comprometía si decidía ayudarnos, y aún así lo hizo.

Alan tenía razón, pero aún así dolía. Me preocupaba pensar en que le iban a hacer después de todo esto.

—Nos hemos alejado, pero no lo suficiente —volvió a hablar el rubio —aunque creo que lo mejor sería descansar y por la mañana continuar.

Yo asentí con la cabeza. Ya no tenía fuerzas para correr.

Alan se sacó la sudadera que llevaba y se sentó en la hierba apoyando su espalda de nuevo en el árbol.

—Vamos, túmbate. —Dio unas pequeñas palmadas a su regazo.

Hice lo que me dijo, me tumbé en la hierba y apoyé mi cabeza en su regazo, Alan me tapó con su sudadera como si fuese una manta y empezó a acariciar mi pelo con suavidad.

—Pero así tú no podrás dormir —le dije.

—No te preocupes por mí, al menos no por esta noche. —Contestó. Me besó la frente y continuó acariciándome hasta que conseguí dormirme.

 Me besó la frente y continuó acariciándome hasta que conseguí dormirme

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
101 NormasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora