CAPÍTULO 41

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ALAN

Debe ser como las tres de la madrugada, estoy sentado en el sofá con los codos apoyados en las piernas y mis manos sujetando mi cabeza. No puedo dormir, no paro de darle vueltas a lo que ha ocurrido esta tarde. Jonathan y Frederick han dicho que podrían dormir en el coche, y Anne me ha dejado dormir en el sofá, pero lo último que estoy haciendo es dormir.

Escucho unos pasos lentos que provienen del pasillo, miro hacia allí, y aunque no hay la suficiente luz para ver su rostro, con la silueta me es suficiente, sé que es ella.

Ivette se acerca a mí y me toma de la mano, no entiendo nada pero me dejo guiar por ella. Caminamos por el pasillo oscuro y silencioso hasta la habitación de invitados, la lámpara que reposa en la mesita de noche desprende una tenue luz que ilumina casi toda la habitación. Ella cierra la puerta y me mira con algo de miedo.

—No pienses que he dejado de quererte, por favor. —Su voz suena algo rota, y aunque hay poca luz noto sus labios hinchados y sus ojos húmedos.

Sujeto su rostro entre mis manos. Aguantando mis ganas de besarla.

—Cuéntame qué ha pasado, Ivette. —Le pido.

—Te lo contaré, te lo prometo, pero ahora solo quiero estar contigo sin pensar en los problemas.

Se tumba en la cama y yo me tumbo a su lado, siento el ambiente algo tenso y no sé qué debería hacer. La noto moverse, y luego siento sus brazos rodearme y poco a poco ese ambiente incómodo y tenso se va disipando.

—Perdoname —murmura.

—No te voy a mentir, me ha dolido, y sobre todo cuando he estado días pensando que tal vez he perdido al amor de mi vida.

—Alan —susurra. Acaricia mi rostro y luego pasa las yemas de sus dedos por mi labio inferior —. ¿Puedo besarte?

—Ivette...

—Sé que estás enfadado y quizás ahora me odies, aunque sea un poco, pero han pasado cosas Alan, cosas que no te he contado, y me siento culpable por todo.

—Ivette... —ella se mueve hasta quedar a horcajadas encima de mí.

—¿Qué?

Me levanto para que mi rostro y el suyo queden más cerca. Necesito sentir su aliento sobre mis labios, y el calor que transmite su cuerpo, la necesito más cerca.

—No te odio, ni mucho ni poco, aunque sí sigo algo enfadado. —Ella me sonríe, y joder, por un momento olvido las razones por las cuales estoy enfadado y pego mi boca a la suya.

Ella tarda unos segundos en seguirme el beso, pero finalmente lo hace. Con sus manos sujeta mi rostro y yo la tomo de la cintura, queriendo sentirla incluso más cerca si es posible. Me besa de forma salvaje, de vez en cuando muerde mis labios y yo los suyos, nuestras lenguas se acarician y me sabe a té verde y chocolate.

Empieza a mover sus caderas de forma provocativa y gruño contra su boca. Las prendas de ropa empiezan a ser un estorbo, y me separo de ella solo para quitarme la camiseta y hacer lo mismo con ella. Cuando su piel cálida toca la mía creo que no hay sensación más perfecta que esta.

—Te he echado de menos. —La tomo de las caderas y empiezo a guiar su movimiento de alante a atrás. Ella gime.

—Yo también. —Apoya su cabeza en mi hombro y empieza a moverse más rápido. Noto sus labios subir hasta pegarse en mi cuello, lo chupa, lo muerde y lo besa.

—Me cuesta creerlo.

—Idiota.

Me giro obligándola así a quedar debajo mi cuerpo. Beso sus labios y luego voy bajando hasta su cuello, ella observa con atención cada uno de mis movimientos. Cuando termino de besar su cuello bajo un poco más hasta llegar a sus pechos, pequeños, redondos y suaves. Ivette no puede evitar gemir ante mis lamidas.

—¿Te gusta? —Ella asiente.

Continúo besándola hasta que siento que nuestros cuerpos piden más.

Tomo su pantalón y lo voy bajando lentamente hasta que queda solo en bragas, unas lisas de color negro. Yo hago lo mismo con mi pantalón hasta solo quedar en boxers.

—Dime que esto no es lo que quieres hacer, y pararemos.

—Sí es lo que quiero hacer.

Se muerde el labio y yo no tardo mucho tiempo en volver a estar encima de ella besando sus labios y diciéndole lo mucho que la quiero.

Mis manos bajan hasta sus bragas y se las voy quitando lentamente, es en ese entonces cuando me fijo en algunas de las cicatrices que tiene por sus piernas, y una culpabilidad me invade el pecho.

Ella, una niña inofensiva que solo buscaba ser feliz, fue dañada, torturada y castigada.

Acaricio una de las cicatrices.

—Alan, ya no importa. —Le oigo decirme.

—Sí importa, te hicieron daño.

—No quiero seguir viviendo con el peso de lo que una vez pasó. Mi vida avanza y yo dejo las cosas malas que me pasaron atrás —toma mi mano que antes estaba acariciando su cicatriz y la besa —avanza tú conmigo también.

—Tienes razón.

Vuelvo a besarla mientras termino de quitarle las bragas. Paso mis dedos por encima de su intimidad, y de repente me siento algo inseguro ya que nunca he hecho esto, y me da vergüenza que me vea tan inexperto. Ivette rápidamente toma mi mano y me guía.

—Mueve tus dedos en círculos y... aprieta un poco más... así.

Lo hago como ella me ha indicado y pocos minutos después empieza a retorcerse de placer.

—¿Sigo?

—Sigue.

Ella gime. Me gusta sentirla húmeda bajo mis dedos.

Cuando creo que ella ha terminado me voy sacando los boxers, pero me arrepiento al instante, porque no sé cómo hacerlo. Soy un maldito inexperto.

—¿Alan, estás bien?

—Yo... no puedo hacer esto.

—¿No puedes o no quieres? —Me mira preocupada.

—No es eso, es que nunca he hecho esto y estoy poniéndome muy nervioso porque no quiero hacerlo mal. —Ella en respuesta me sonríe tiernamente, pensaba que se burlaría de mí, pero no es así.

—Alan, yo tampoco he hecho esto antes.

—¿No?

—No. En el internado estaba prohibido, ¿no lo recuerda, superior? —se ríe.

—Vaya, ¿asi que no rompiste todas las normas?

—No, me faltaban unas pocas, superior. —Sonríe divertida y yo le sigo el juego.

—Bien, pues acabemos de romper las que te faltan, internada.

Me termino de sacar los boxers y me pongo entre sus piernas.

—¿Segura?

—Segura.

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