CAPÍTULO 23

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Alan.

La habitación era pequeña y asfixiante, lo único que alumbraba era una pequeña luz central en el techo, la cual era de un tono blanquecino. Había tres filas de superiores a cada lado de la puerta, yo estaba entre dos de ellos, uno de cabello color marrón oscuro, y el otro pelirrojo.

La habitación estaba bastante vacía. Había una mesa de madera oscura, ya estaba bastante desgastada, y si pasabas la mano por encima, lo más probable es que se te clavara alguna astilla. En una esquina superior de la habitación había una cámara la cual vigilaba las veinticuatro horas del día.

Tragué con fuerza. Intentaba mantenerme tranquilo, pero estaba siendo un verdadero reto, no podía estar calmado cuando Zac estaba a punto de incendiar el jardín, y también por no saber cómo estaba Ivette.

¿Y si Ivette no aparecía?

Sequé disimuladamente mis manos en el pantalón. Sentía todo mi cuerpo sudar y temblar, pero aún así seguía de pie actuando de la forma más normal posible.

Se escuchó un golpe que provenía del exterior, al escucharlo instantáneamente dejé de respirar, aguantando el aire en mis pulmones. Oí como la puerta del sótano se abría y luego la de la pequeña habitación, donde me encontraba yo y los otros cinco superiores.

—Se está incendiando el jardín —dijo el superior que acababa de entrar —. El superior supremo ha dicho que vayamos todos hacia allí. Hay que apagarlo lo antes posible, al parecer se está extendiendo con rapidez.

Los cinco superiores se alarmaron y empezaron a caminar con rapidez hacia la puerta.

—Lo mejor sería que alguien se quedara aquí vigilando la salida —hablé lo más serio posible —por eso creo que lo correcto es que me quede aquí.

—Sí, tienes razón —dijo uno.

—Me quedo con él. Nunca se sabe lo que puede pasar. —Habló el pelirrojo que antes estaba a mi lado.

Los demás asintieron y se marcharon a toda prisa.

El pelirrojo se apoyó contra la mesa y me miró con los ojos entrecerrados, yo alcé una ceja al no entender por qué me miraba así.

— ¿No te parece muy sospechoso que de repente ocurra un incendio en el jardín?

Ladeé un poco la cabeza sin despegar los ojos de él.

—Pues sí, bastante sospechoso.

El silencio invadió la habitación hasta que unos pasos rápidos se escucharon a lo lejos. Sabía que era el momento de atacar.

Me acerqué con rapidez hacia el pelirrojo, él me miró asustado y se movió hacia un lado de la habitación, intentando escaparse de mí, pero sus movimientos fueron en vano cuando lo tomé del cuello y lo estampé contra la pared. Sus ojos se abrieron y empezó a mirar hacia todos lados. Rodeó mi brazo con sus manos intentando apartar mi mano de su cuello, pero fue incapaz.

—¿Qué haces? —habló con el poco aire que le quedaba.

—No deberías haberte quedado aquí —respondí.

Le lancé un puñetazo hacia uno de sus pómulos, luego otro, finalmente le di un puñetazo en el estómago y él no tardó en caer al suelo.

—¿Alan? —escuché la voz de Ivette que provenía de fuera. Dejé al pelirrojo ahí tirado y con pasos rápidos salí de la habitación, allí estaba ella, aún tenía el pelo revuelto y sus ojos seguían algo hinchados, seguramente continuó llorando cuando yo me fui, y al pensar eso algo dentro de mí se rompió.

Corrí hacia ella y la rodeé con mis brazos.

—Tenemos que irnos. —La abracé con más fuerza.

— ¿Zac?

Mierda.

—No sé dónde está. Tendría que haber llegado ya.

Los ojos de Ivette empezaron a ponerse llorosos.

Zac.

Aunque corrí con todas mis fuerzas, no sirvió de nada. Un grupo de superiores me acorralaron, pero eso no fue lo peor, lo peor fue cuando apareció Lara, tenía su pelo perfectamente peinado —como siempre— y una malvada sonrisa invadía su rostro.

—¿Lara?

—Me ofende que pensaras escaparte y dejarme sola —hizo un puchero con la boca intentando dar pena, pero a mí solo me daba asco.

Un superior me tomó por los hombros —. Te llevaremos a la zona de castigos —dijo.

Yo no dejaba de mirar a Lara. ¿Cómo podía haberme traicionado?

—Espero puedas perdonarme algún día, Zac, lo hago por tu bien. —Habló la rubia mientras ladeaba su cabeza y me sonreía con ternura.

Hice una mueca de asco.

—Te odio —murmuré.

Ivette.

—¡Tenemos que irnos ya!

—No, no, no —las lágrimas se deslizaban por mis mejillas —tenemos que esperar a Zac.

—Ivette —Alan me tomó por los hombros —si Zac aún no ha venido, lo más probable es que lo hayan atrapado. —Empecé a llorar con más fuerza —. Zac se ha arriesgado por nosotros, y ahora nosotros debemos escapar.

Cerré los ojos y empecé a negar con la cabeza como una desesperada.

—Ivette, vamos.

Me tomó de las muñecas y se acercó a la puerta, tecleó un código y se escuchó un "click" , pocos segundos después la puerta se abrió dándonos paso a la libertad.

Miré por última vez el interior del sótano. Iba a dejar atrás a dos de las personas más importantes de mi vida, ni siquiera he podido despedirme del profesor Conan, o de Zac.

Zac había hecho todo lo posible para conseguir mi amistad y mi confianza, intentó entender mi tristeza y rebeldía. Se había convertido en uno de mis lugares seguros, y ahora estaba corriendo a un lugar muy lejano de él.

Paré un momento para respirar. Las lágrimas no cesaban, quería parar de llorar pero no podía.

—¡Ivette, vamos! —me gritó el rubio, pero yo lo ignoré.

Miré una de mis muñecas, allí seguía la cinta amarilla.

—No puedo, dije.

Él se acercó a mí y me acunó el rostro con sus manos.

—Ivette, pequeña, claro que puedes —me besó en la mejilla saboreando así mis lágrimas —. Eres de las personas más fuertes que he conocido, no te rindas ahora —continuó besando mi rostro —. No hagas esto más difícil, por favor.

Asentí con la cabeza, aunque una parte de mí seguía diciendo a gritos que no.

—Vamos —murmuré. Sequé mi rostro con la manga de mi camiseta y comencé a correr de nuevo.

 Sequé mi rostro con la manga de mi camiseta y comencé a correr de nuevo

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