CAPÍTULO 21

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(LA ESCAPADA I)

Alan.

Estaba escondido en una esquina desde la que podía ver la entrada que llevaba al sótano, y justo ahí estaba vigilando el superior catorce. No parecía que hubiera nadie más rondando por ahí, así que tenía que aprovechar. En ese momento él se agachó para atarse el cordón desatado de uno de sus zapatos, y en ese instante me abalancé sobre él. El pelinegro tardó varios segundos en reaccionar y darse cuenta de lo que estaba pasando y quién era la persona que se había abalanzado sobre él.

Intentó con todas sus fuerzas apartarme de encima, pero no lo conseguía. Pude ver como estaba a punto de gritar y yo de inmediato le propiné un puñetazo en la boca que consiguió que su labio empezara a sangrar, luego le di otro en el estómago lo que hizo que se doblara del dolor, volví a empujarlo para que quedara de nuevo tumbado en el suelo. Le tapé la boca con una de mis manos y acerqué mi rostro a su oído.

—Te vas a quedar quietecito y en silencio, ¿entendido? —el pelinegro asintió con la cabeza —. Genial —hice una media sonrisa.

Nos levantamos los dos a la vez. Mi mano seguía presionando su boca. Yo me posicioné detrás suyo mientras con la otra mano mantenía agarradas sus muñecas. No me fiaba de él ni un pelo.

Despegué la mano de su boca para coger las llaves que colgaban de su cinturón.

—¡AYU...! —No le dió tiempo a terminar la palabra pues le propiné otro puñetazo en el rostro.

—Me parece que no me has entendido. —Estampé su cuerpo contra la pared. Yo le seguía sujetando de las muñecas y aunque él intentara soltarse, no podía —. Mantén tu jodida boca cerrada —volví a susurrar mientras su cuerpo volvía a ser estampado contra la pared —¿qué no entiendes de eso? ¿Boca o cerrada?

Él no volvió a gritar y yo pude meter la llave en la cerradura, di unas cuantas vueltas a la llave y la puerta cedió y se abrió dándome paso al oscuro y antíguo sótano.

—Baja tú primero —le dije al pelinegro —y no intentes nada o acabaré de matarte a puñetazos —le dije antes de soltarlo. Él me hizo caso y empezó a bajar las escaleras que conducían hacía el sótano.

No cerré del todo la puerta, dejé un pequeño espacio para que pudiera entrar la luz del exterior y alumbrar aunque sea un poco las escaleras.

Bajé detrás de él, cuando llegamos al sótano lo volví a tomar de las muñecas, él ya ni intentaba escaparse.

—¡Ivette! —grité —. ¿Dónde está Ivette?

Él no respondió.

Lo empujé hacia la pared más cercana y volví a estampar mi puño en su estómago. Comenzó a toser y un líquido rojo empezó a salir de su boca. La sangre recorría su barbilla hasta su cuello y manchaba su camiseta.

—Te voy a repetir la pregunta —lo tomé por los hombros y lo estampé de nuevo contra la pared, sus piernas flaquearon y terminó cayendo al suelo. Yo me arrodillé en frente de él —. ¿Dónde está Ivette?

—En... —volvió a toser mientras escupía sangre. Levantó su brazo y señaló una puerta que se encontraba a mis espaldas.

Cogí las llaves y me levanté —. No te muevas o ya sabes lo que te va a pasar —le amenacé.

Negó con la cabeza y cerró los ojos.

Me dirigí hacia la puerta, prové con un par de llaves hasta dar con la indicada. Antes de abrir la puerta volví a mirar al superior catorce, seguía igual, sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, la cabeza ligeramente ladeada y los ojos cerrados.

Miré mis manos, mis nudillos estaban algo enrojecidos, y mis palmas estaban manchadas de sangre.

Giré el pomo de la puerta y esta se abrió dándome paso a unas escaleras que llevaban a una planta superior.

—No confío en ti —volví a hablarle al superior catorce, el cual seguí en el mismo estado miserable que antes —. Sube conmigo.

—No me puedo ni levantar —murmuró aún con los ojos cerrados.

Rodé los ojos y me dirigí hacia el pelinegro. No iba a ser tan tonto como para confiar en él.

Lo tomé por debajo de los brazos y estiré para arriba obligándolo así a levantarse. Él murmuró algo que yo no logré entender.

—Intenta mantenerte de pie o te juro que te golpeo otra vez.

—Te odio —murmuró. Y esta vez sí lo entendí a la perfección.

Empezamos a subir las escaleras los dos a la vez como pudimos. El pelinegro prácticamente era arrastrado por mí. Tal vez sí que debería haberlo dejado abajo.

Un par de escalones más y llegamos a otra puerta, una puerta que no sabía ni que existía. Esta era de hierro. Saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón y empecé a probar hasta dar con la indicada.

La puerta se abrió. Detrás de ella había una sola habitación totalmente vacía, pero estaba más iluminada que la planta de abajo, pues aquí sí que había una ventana, aunque no era muy grande, además tenía unas rejas que hacía imposible poder escaparse por ahí.

Me fijé en un rincón de la habitación, de inmediato reconocí a Ivette. Era ella.

Estaba tumbada en el suelo en posición fetal y el cabello le tapaba la mitad del rostro.

Solté al pelinegro y este cayó al suelo, pero no le di mucha importancia a ese idiota.

Corrí hacia Ivette con el corazón en la garganta, y me arrodillé frente a ella.

—¡Ivette! —Le aparté el pelo de la cara. Estaba despierta, eso calmó mis nervios —. Ivette, pequeña, ya estoy aquí. —Le acaricié la cabeza y esperé una respuesta de su parte, pero esta no llegó.

Estaba muerta.

No, imposible. Ivette no podía estar muerta.

Me fijé más en ella, en sus ojos. Estaba llorando.

Rodeé su espalda con mis brazos y con cuidado la levanté para luego poder tumbarla encima de mi pecho. Continué acariciando su pelo.

—Ya deja de llorar, porfavor —la apreté un poco más contra mí.

—Estoy cansada —murmuró.

Le sequé las lágrimas con mis pulgares y luego le besé la frente, la nariz, las mejillas. Sentí el sabor salado de sus lágrimas.

—Ya nos vamos, te lo prometo —volví a besar su frente —vas a ser libre, ¿vale? —Ella negó con la cabeza y eso me preocupó.

—Quiero irme a la cama —murmuró de nuevo.

—Lo siento, Ivette, pero no te lo voy a permitir —acaricié con el dedo índice la comisura de sus labios —. Y cómo soy un superior, me tienes que hacer caso —dije en un intento de hacerla sonreír, pero no funcionó. Y joder, eso me rompió por dentro.

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