CAPÍTULO 14

193 31 5
                                    

—Te quiero, ¿vale? No lo olvides nunca —acaricia mi rostro con cuidado —volveré para buscarte, te prometo que volveré —besa mi mejilla, luego mi nariz, y por último mi frente. Me deja en la húmeda hierba de aquél oscuro bosque y desaparece entre la osuridad.

Despierto sobresaltada, con la respiración agitada, había tenido la pesadilla de siempre, aunque esta vez aquella señora me había hablado, su voz me recordaba a alguien, pero no lograba recordar a quién.

Mis compañeras de habitación aún están dormidas. Me levanto de la cama y silenciosamente camino hacia el baño para darme una ducha con agua fría.

(...)

Me había quedado sola en la habitación, era fin de semana, y tenía un par de horas de descanso en las que podía permitirme hacer absolutamente nada.

Estaba tumbada en la cama mirando el techo y pensando en mis cosas, me acordé de las cerillas que se encontraban escondidas debajo de mi colchón, y como no había nadie, decidí sacarlas.

Miré la caja, luego tomé una de las cerillas. Con esto podía hacer fuego... y el fuego podía provocar incendios...

Sin siquiera arreglarme ni un poco, salté de la cama, escondí la caja en uno de los bolsillos de mi pantalón y salí corriendo de mi habitación. Debía encontrar a Alan.

Corrí por los pasillos del internado aunque eso también estaba prohibido, bajé los escalones de dos en dos, y corrí en dirección al jardín, podía ver a Zac riendo con Yeray, también lograba ver a otros internos jugando en el campo de básquet y a otros pasando por al lado de la fuente, pero ni rastro de Alan. Me di la vuelta para continuar buscando pero acabé chocando contra el pecho de alguien.

— ¿Me buscabas? —levanté la mirada, sus ojos achocolatados me miraban fijamente, como siempre, y su pelo rubio hoy se encontraba bien peinado.

Miré a todos los lados para ver si alguien nos observaba, y al ver que nadie lo hacía, tomé a Alan de la mano y lo llevé a un pasillo desolado y algo oscuro para que nadie nos llegara a ver o escuchar.

— ¿Qué ocurre? —preguntó esta vez algo preocupado. Me giré para mirarlo y una sonrisa se formó en su cara, no pude evitar fruncir el ceño, ¿por qué sonreía? — ¿Has pensado en peinarte, Ivette? —preguntó mientras recolocaba uno de mis mechones de pelo.

—No hay tiempo para esto, Alan.

—Bien, pues dime qué ocurre —se cruzó de brazos y apoyó su espalda en la pared.

—Tengo un plan —susurré.

—Sorpréndeme.

Saqué la cajita de cerillas de mi bolsillo y se lo mostré.

—Con esto podemos hacer un incendio.

Alan rápidamente tomó la cajita.

— ¡Hey! —iba a quejarme pero él no tardó en taparme la boca con una de sus manos.

— ¿Estás loca? No vamos a provocar un incendio —susurró a pocos centímetros de mi cara.

Logré quitar su mano de encima de mi boca.

—Me prometiste que me ayudarías a escapar —dije notablemente enfadada.

—Sí, pero no así, Ivette. Puede acabar muy mal.

Intenté quitarle las cerillas de la mano pero él era más rápido, al final Alan consiguió pegarme contra la pared con una de sus manos sujetando con fuerza mi hombro derecho.

—Escúchame, no vamos a provocar un incendio, ¿me has entendido?

Apreté mi mandíbula y lo empujé con todas mis fuerzas, él dió un par de pasos hacia atrás. Me miraba furioso.

—Vete a la mierda —dije antes de marcharme.

(...)

El día se me hizo algo largo, sobre todo porque no tenía con quién hablar, Zac había estado todo el día con sus amigos, y Alan y yo estábamos enfadados.

Alguna que otra vez me topé con Alan y otros superiores, ni siquiera lo miré.

Alguna que otra vez me topé con Alan y otros superiores, ni siquiera lo miré

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
101 NormasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora