24. Luna de miel

85 2 0
                                    

Luna de miel

Astraea

Las islas Fiji

El avión había aterrizado hacía una hora y la luz del atardecer se metía a través de las ventanas de nuestra cabaña del hotel, coloreándola en tonos naranjas mientras acariciaba el pecho de Will.

—Deberíamos ir a cenar—dije levantándome de la cama totalmente desnuda al tiempo que intentaba peinarme frente al espejo.

—¿Tienes hambre?—preguntó levantándose de la cama para rodearme por la cintura. Metió su cabeza en mi cuello y empezó a besarme ahí.

—¡Will!—suspiré riéndome

Me giró hacia el y besó mi pelo, era algo que me había dado cuenta que le gustaba hacer.

—Me voy a vestir y cenamos—le dije y me di la vuelta hacia el armario—. Ni se te ocurra mirarme el culo Will.

—Sabes que ya lo he hecho.

Me reí y me metí en la ducha.

Veinte minutos más tarde con el pelo mojado y un vestido corto de seda estaba lista para ir a cenar, no me había hecho nada extravagante en el pelo ni me había vestido de forma ostentosa puesto que estábamos en la playa, no en la corte, no tenía porque vestirme elegantemente ni nada, podía ir hasta descalza y esa sensación era sumamente reconfortante.

Salí y empecé a reírme cuando lo vi en traje, estábamos a treinta grados por lo menos. Por un momento me paré a pensar si alguna vez habría tenido unas vacaciones o algún momento de su vida en el que no tuviera esa presión que le ejercía tanto sus padres como la sociedad de ser perfecto, llevar siempre el traje correcto, vestir de forma correcta, actuar de forma correcta...

—¿Will? ¿Qué te has puesto?

—Lo de siempre.

Me acerqué a él con una sonrisa y retiré la americana deslizándola por sus hombros.

—¿Qué haces?

—Aquí nadie te conoce—dije desatando los botones de su camisa y remangando sus mangas hasta sus codos—. No tienes a nadie que impresionar, y yo solo necesito a Will, no al capitán general.

Le dije y le pasé unas bermudas que había traído para que se las pusiera.

—Astraea...

—Venga, suéltate un poco.

Le besé los labios antes de que ambos saliéramos por la puerta para ir a cenar. El mar estaba iluminado por la tenue luz de la luna y a la vez había unas velitas flotando cerca del muelle por donde andábamos hasta la playa. Andamos de la mano por el muelle que conectaba las cabañas con la playa los dos descalzos, sin ninguna preocupación, sin la necesito de guardarnos las manos para nosotros por miedo de ser juzgados o señalados por la corte. Allí no teníamos que fingir que no nos moríamos por besarnos, por tocarnos.

Llegamos y nos sentaron en una de las mesas cerca de la orilla. Nos trajeron el Champagne y Will levantó la copa.

—Por todos los años que nos quedan por vivir juntos.

Resiliencia¹ (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora