31. La profeta

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La profeta

William

1 semana más tarde...

Apenas había dormido nada esa semanas. Entre investigar la desaparición de Lillian y cuidar de Astraea dormir había pasado un poco a segundo plano. Ella estaba intentado ser fuerte y aparentar que estaba bien, pero yo sabía que no lo estaba.

A pesar de lo mucho que se esforzara porque pareciera lo contrario.

Me quedé casi todas las noches con ella intentado que se mejorara, estando allí para ella.

Había una feria de primavera ese día así que ambos nos estábamos preparando para ella. En la feria de primavera se vendían todo tipo de cosas, comida, ropa, libros... era el evento del año.

La ama de llaves le había hecho a Astraea un moño del que se le escapaban varios mechones de pelo. Sus orejas estaban decoradas con unos pendientes de rosas rosas. Su vestido era más entallado a su cintura mientras que el resto del vestido era de tul cayendo delicadamente sobre su cuerpo. Le daba un aire más relajado del que acostumbraba a usar, ni escotes, ni espaldas descubiertas, no parecía algo que ella usaría.

—Astraea.

Capté su atención y ella se dio la vuelta hacia mí.

—Dime.

—No quiero que te sientas forzada a ir o...

Ella suspiró y agarró mis manos. Podía ver en su cara lo mucho que odiaba parecer vulnerable ante los demás.

—Will, tuve un momento de...—se aclaró la garganta y volvió a sonreír —.
Vamos a olvidarlo, por favor. Odio, odio que me mires así. Como si fuera pequeña o vulnerable. No necesito a nadie que me salve—dijo levantando la mano.

Bajó la vista y la volvió a levantar hacia mis ojos.

—Quiero que seas mi marido, no mi salvador.

—Todos necesitamos ser salvados a veces.

—¡Yo no Will!—se llevó las manos a la boca y frunció el ceño.

Su grito me sorprendió nunca me había levantado la voz de esa manera. Me crucé de brazos y me quedé mirándola, no iba a levantarle la voz. No tenía razón para hacerlo tampoco.

—¿Por qué no me dejas tenderte la mano? ¿Por qué no me dejas ayudarte?—dije con un dejé de frustración.

Me acerqué a ella pero se apartó.

—No puedo Will yo... joder de verdad lo siento. Vámonos, vámonos solo necesito que me dé el aire.

Solo asentí.

Salimos de casa y a medida que pasábamos con el coche por la ciudad veíamos los pétalos cayéndose de los árboles y los colores de la primavera. Felices y alegres, transmitiendo felicidad que era lo contrario que se respiraba en el coche.

Cuando llegamos a la feria el lugar estaba abarrotado. La gente iba y venía mientras compraba todo tipo de productos artesanales. Me coloqué junto a Astraea pero enseguida fuimos separados por la multitud, la ví con las que reconocí las empleadas de su tía a lo lejos. Me dí la vuelta y seguí mirando por los puestos hasta llegar a uno dónde una mujer leía las cartas y hubo algo en ese puesto que llamó mi atención.

Resiliencia¹ (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora