Tervegan

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JUAN

-¿Cómo te declaras?- me preguntó el sumo sacerdote. Su máscara de oro absolutamente brillante hacía juego con ese salón, lleno de adornos y lujos por doquier. No puedo negar que temblaba, mis piernas no dejaban de moverse ni paraba de tragar saliva, cuando intenté responder las palabras no me salieron, estaba sumamente nervioso. Intenté leer su mente para obtener la información que buscaba y no tuve éxito. -Se te acusa de traer desgracias a nuestra isla, de haber traído la peste a nuestras tierras, hijo del día funesto. ¿Cómo te declaras?

-Inocente.

-Acaso tienes pruebas o algún testigo que pueda verificar lo que dices.

-Acaso usted tiene las pruebas o los testigos para verificar lo que dice.

El sumo sacerdote se levantó enfadado colocándose frente mí, me encontraba encadenado, imposibilitado de defenderme. Junto a él dos guardias reales protegían al gran gobernador.

-No necesito más pruebas que la máscara que llevo puesta. Por cientos de años ha pasado de generación en generación junto al saber de todo mi pueblo-. Me extendió un pergamino y me indicó que leyera un pasaje. El manuscrito era fenomenal, sus colores, textura, antigüedad, tipo de letras y dibujos, me gustaría tocarlo porque no entiendo ni una sola palabra. -Según la ley impuesta por el gran Dizitbalche todas las personas nacidas en el día funesto deben ser sacrificadas pues sólo traerán desgracias. Mi querido abuelo, por encontrar esta ley sumamente injusta, la cambió otorgándole la posibilidad a aquellos que nacían ese día de vivir, pero siempre marcados por la máscara que llevas puesta. Aún así, dejó estipulado claramente que, en cuando las desgracias comenzasen a azotarnos, sólo habría un culpable... supongo que ya sabes quién es.

-No puede culparme por una enfermedad por el sólo hecho de haber nacido un día. Eso es completamente retrogrado y fuera de sentido. Las enfermedades se producen por virus, o por bacterias o por la insuficiencia de alguna proteína o en fin, un innumerable variable de razones médicas que deben ser estudiadas. Debes adaptarte a los nuevos tiempos, las leyes están hechas para cambiar, para solucionar problemas, o acaso crees que todos serán curados cuando yo me muera.

-No lo sé, pero el pueblo estará tranquilo.

-Hasta cuando, hasta que necesite matar a otra persona para explicar el motivo de la peste. Investigue la cura antes de perder el tiempo en esto.

-Qué disparates estás diciendo. Las leyes son así, mi máscara me otorga el poder de saber qué está bien y qué mal. Gracias a esta máscara yo tomo las decisiones y yo hago la justicia.

-Esto no es justicia.

El sumo sacerdote giró rápidamente haciendo un gesto con sus dedos, los guardias comenzaron a tironear las cadenas apretándome con más fuerzas. -Yo decido qué es justo y qué no- me respondió autoritariamente mientras se dirigía a su trono.

Cuando se sentó y levantó la vista vio como sus dos soldados se estrellaban frente a él. Lentamente, tras fusionarme con Kirk, caminé hacia él, levanté la mano y haciendo uso de mis poderes psíquicos le quité la máscara de oro al sumo sacerdote. Las cadenas no fueron ningún problema.

-Es hora de que hablemos sin escondernos detrás de las máscaras, mirándonos a los ojos, pues sólo así sabremos cuándo nos mentimos.

-Pero cómo, quién- decía aterrorizado cubriendo su rostro con sus manos, -nadie debe ver el rostro de otro individuo, menos el mío. ¿Quién te crees que eres?

-El héroe legendario, tu tatara tatara tatara tatara tatara tatara tatara abuelo Dizitbalche, creador de las leyes que rigen este lugar- dije colocando una voz mucho más grave para que sonara convincente. -Me he percatado de la situación en que se encuentra mi tierra y he decidido presentarme aquí, utilizando el cuerpo de este muchacho, para poder mantener esta conversación. No entiendo cómo.... ¿te pasa algo?- le pregunté pues no dejaba de contar con sus dedos.

El camino del guardián.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora