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Deborah

Al despertar, eran las doce del día. Había perdido toda mi mañana durmiendo, pero no era un problema dado que no tenía absolutamente nada que hacer.

Me percaté de que Enzo ya se había ido. Probablemente estaba con sus amigos... O con Abigail.
Me dejé llevar por la primera opción, y empecé mi rutina del día, comenzando por darme una ducha corta y fría.

Cerré la habitación con llave después de salir. No tenía nada planeado, pero tampoco quería quedarme todo el día ahí encerrada.

Empecé a caminar por los pasillos desiertos. A esa hora probablemente no había nadie, excepto personas como yo que eran demasiado perezosas como para levantarse temprano.
Pero, para mi sorpresa, vi a Wine comprando algo en una máquina expendedora de comida chatarra.

—Hola—dije al acercarme a ella—. ¿Carbohidratos?
—No me importa, tengo hambre—gruñó, y sentí que me soltaría la mordida si seguía molestándola.
—¿Has visto a Enzo?

Esperó a que su pan dulce y sus patatas fritas salieran de la máquina. Las tomó entre sus manos y asintió.

—Debe estar con sus estúpidos amigos. No lo he visto desde ayer.
—Mmm, bueno.
—¿Tanto te interesa?
—Estoy sola y no tengo nada qué hacer. Sólo quisiera tener a alguien que me moleste tanto como él—reí y me imitó.
—Seguramente está con ellos, pero tú y yo podemos ir a otro lado.
—Donde no sirvan alcohol—resoplé. Lo que menos necesitaba era otra dosis mortal recorriéndome las venas.
—Busquemos a unos chicos. Unos que se vean buenos en todos los sentidos—me guiñó el ojo—.  Llamarás su atención con tu estilo "voy al funeral de mi tío, que he visto dos ocasiones en toda mi vida, pero era familia."

Las dos soltamos una risa estúpida y nos fuimos tomadas de la mano ridículamente hasta entrar el edificio C, en donde se encontraban algunos internos de último año en medicina.


Enzo


Milo, Gerard, Sam y yo estábamos en un restaurante cerca del campus, sobre la carretera. Habíamos terminado de almorzar y nuestros platos ya estaban completamente vacíos.

Gerard fue el primero en inclinarse hacia adelante, cruzando los dedos de las manos, y nos miró con detenimiento a Sam y a mí, posando sus ojos medio minuto en cada uno.

—¿Qué tal Deborah?
—Increíble.
—Insoportable—articulé al mismo tiempo que Sam. Nos miramos furtivamente, y Milo me dio una patada para que retirara la vista si no quería problemas.
—Vaya, qué extraño. Sam, creo que nos debes una explicación a todos.
—¿Por qué?—Preguntó despreocupado, tomando su botella de cerveza vacía y levantándola en dirección al mesero para que le llevara otra.
—¿Ya están saliendo?

No pude evitar soltar una risotada. Deborah no era precisamente el tipo de chica que salía con alguien seriamente.
Milo volvió a patearme y recuperé la compostura después de unos segundos.

Gerard y Sam me miraron y rodaron los ojos.

—Estoy trabajando en eso.
—Amigo, no quiero terminar con tus ilusiones—comenzó Milo, haciendo que Sam suspirara y se apoyó en el respaldo de la silla—, pero si no quiso fijarse en Enzo, ¿qué te hace pensar que se fijará en ti?

Gerard tragó fuertemente y Sam se quedó callado, soportando nuestras pesadas miradas sobre él.

Milo tenía razón. Deborah no se había fijado en mí, que probablemente era más su tipo, así que tampoco debía, o podía, fijarse en Sam.

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