E p í l o g o

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Enzo


Caminé a lo largo de todo el campus esperando encontrármela en alguno de los pasillos y que sucediera como en esas películas románticas, en donde se reencuentran después de mucho tiempo y corren el uno hacia el otro para abrazarse y besarse mientras los demás sonríen y aplauden como retrasados.

Esto no era una película. Para mi mala suerte, era la vida real y Deborah no estaba conmigo. No podía encontrarla. Ni siquiera tenía una idea de dónde podría estar, así que decidí arruinar un poco la sorpresa y marcarle para saber sobre ella.

—Hola, nena —saludé.

—Hola, guapo —se rio. Habíamos comenzado las cursilerías y era algo extraño para los dos. Lo tomábamos como un juego, pero la verdad era que yo lo disfrutaba.

— ¿Dónde estás?

—Am, en la escuela—respondió después de unos segundos inquietantes—. ¿Por qué? ¿Tú en dónde estás?

—También. —No quería que sospechara—. ¿Qué estás haciendo?

—Voy camino a clase... —escuché voces desde el otro lado del teléfono, pero no pude reconocer ninguna. Sentí un cosquilleo llegando desde la punta de mis dedos y supuse que eran los celos.

—¿Qué clase tienes? —Empecé a rebuscar a lo lejos, por si, por alguna razón, podía encontrármela.

—¿Por qué de pronto tanto interés?

—Es como se lleva una relación a distancia —volteé los ojos. Todo iba demasiado obvio y lo que menos quería era arruinar la sorpresa—. Primer semestre, así que supongo que estás en...

—Biología —soltó sin dejarme continuar—. ¿En dónde estás tú?

Estaba regresándome las preguntas y eso también me ponía de nervios.

¿Ella, realmente, estaba en la escuela?

¿Estaba en Harvard?

—Deborah, estoy justo aquí.

—¿De qué hablas?

—Mierda, ¡estoy en Harvard! ¡En Cambridge! —Grité, exaltado. No imaginé lo que estaba a punto de suceder.

—No puede ser... —silencio. Se prolongó como por dos minutos y ninguno de los dos colgó la llamada—. ¿¡QUÉ!? —Escuché a alguien que estaba con Deborah.

—Dime, por favor, que es una broma...

—Enzo, estoy en California. Estoy en el campus y estaba con Milo buscándote. ¿Por qué no le dijiste a nadie...? —No podía distinguir su tono de voz, si estaba enojada, frustrada, divertida o simplemente tan confundida como yo.

Estábamos, casi, a dos mil doscientos kilómetros de distancia.

Queríamos sorprendernos el uno al otro llegando a diferentes escuelas y todo salió mal...

—¿Es una broma? —Volvió a cuestionar—. Por favor, dime que lo es y ven aquí. He decidido quedarme en San Diego.

—Y yo había venido aquí para decirte que había conseguido matricula en Harvard...

—Enzo.

—¿¡Qué hacemos ahora!? —Dije tan alto como la garganta me lo permitió, haciendo que algunos alumnos alrededor me miraran con curiosidad.

—Tienes que regresar.

—No puedo, se supone que mi vuelo sería en una semana. Apenas llegué por la mañana.

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora