v e i n t i u n o

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Deborah

Creo que nunca fui a cita más bizarra que la que compartí con Gerard y el misterioso sin nombre.
No es que así le haya apodado, sino que realmente su nombre nunca fue mencionado, ni siquiera un apodo por parte de mi amigo ni nada.

De hecho, creo que Gerard tampoco se sentía en mucha confianza, ya que no habló hasta por los codos como acostumbraba a hacerlo.

—Gracias por acompañarme en este desastre, Deb —suspiró mi amigo una vez que entramos a su auto. Encendió el aire acondicionado para que no muriéramos derretidos.
—No lo sientas, es mejor que quedarme en mi habitación viendo como Enzo se come a Abigail...

Literalmente.
Y no quería pensar en ello. No quería pensar en ambos idiotas que, en ese preciso momento, podrían estar burlándose de mí y de mi cara al ver cómo actuaban tan cariñosos.

Me sentía tonta por creer que Enzo podría cambiar por mí, aunque yo tampoco había hecho el esfuerzo por mejorar mi actitud con él.

¡Lo había enviado a la friendzone sin piedad alguna! Él tenía, prácticamente, todo el derecho para hacerme mierda.

—También siento mucho eso —empezamos nuestro camino al campus, o eso creía yo. Tomó la vía contraria y me hizo dudar.
— ¿A dónde vamos?
—Tengamos una noche de copas, en la cual terminas enamorándote de tu amigo gay y tus ganas de besarlo aumentan cada vez más. —Sus palabras me hacen reír tanto que tengo que agarrarme la tripa para que deje de doler.
—Gracias por hacerme sentir mejor, Gerard. Eres el mejor amigo gay de todos los tiempos.

Sonrió con complicidad, buscó mi mano y la apretó cuando la encontró. Seguimos el camino en silencio, hasta que yo decidí poner un CD que él tenía por ahí abandonado y resultó ser de Linkin Park. Logramos ponernos de buenas muy rápido, ya que ambos éramos grandes fanáticos de la banda y nos sabíamos absolutamente todas las canciones de aquel álbum.

Por un momento, no pensé en Enzo. Ni en su maravilloso cabello, ni en sus preciosos ojos en los que me perdía con facilidad, ni la manera que tenía para hacerme sonreír y, al mismo tiempo, hacerme sentir como una mierda.

Era Enzo Ayers y estaba perdiendo toda mi razón por ese hijo de puta.

Enzo

Abigail guardó silencio durante unos eternos segundos.
Yo estaba consciente de lo que acababa de decirle y me arrepentía. Por primera vez, mis sentimientos eran verídicos y no podía ocultárselos a nadie.

O bueno, sólo a la misma Deborah.

— ¿Siempre ha sido ella? —Repitió algo confundida.
—Desde que me permitió conocerla mejor...
—¿Por qué no lo mencionaste antes?
—No tenía idea de cómo hacerlo, Abi. Tú sientes cosas por mí.
—Y pensé que tú por mí.
—Claro que siento algo por ti, preciosa.

Busqué su mirada, pero ella sólo miraba hacia el muelle que estaba frente a nosotros. Había un bote esperando a que subiera toda su tripulación.

—Pero también por ella.
—Claro.
—¡Eres un descarado! —Exclamó y se puso de pie. Me quedé atónito.
—No, estoy siendo sincero contigo. No puedo herirte, Abi.
—Dime una cosa... ¿la amas?
—Sí... Bueno, no lo sé. Amar es una palabra muy fuerte.
—Cuando dijiste que me amabas, ¿mentías?

Demasiadas preguntas para una chica tan pequeña. Mi cerebro, como el de todo hombre, no podía trabajar bien bajo presión.
Mis manos comenzaron a sudar y mi sien palpitaba como loca.

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora