v e i n t i d ó s

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Enzo.

Deborah, Milo, Gerard —una vez que nuestra relación había vuelto a la normalidad— y yo estábamos en el bar más cercano a la universidad.

Era el último fin de semana que compartiríamos y quisimos pasar todo el tiempo posible juntos.

Mi situación sentimental con Deborah estaba algo indefinida.

Éramos pero no éramos en verdad.

— ¿Ya pensaste a cuál universidad irás, pequeña? —Milo le había puesto ese sobrenombre. Deb era la más pequeña de todos nosotros.

Y, hablando de Milo...

Los primeros días sin Abigail habían sido duros para mi amigo. No podía tenerla y eso lo desesperaba hasta llegar al punto de embriagarse para dejar de pensar en ella.

Lastimosamente, sucedió todo lo contrario, y se puso a llorar sobre la barra mientras me contaba la manera en la que la había conocido y cómo, poco a poco, fue enamorándose de ella.

No le dije nada y escuché. Milo estaba realmente herido y me sentí mal.

Nunca me importó lo que mi amigo sentía por Abigail.

—Harvard es mi destino—respondió la rubia. Rodeé sus hombros con mi brazo y sonrió—. Lo siento, chicos.

—Pensé que querías estudiar algo sobre medicina.

— ¡Sí que quiero! Puedo titularme en Harvard y...

—Y serás mejor que todos nosotros—soltó Gerard, divertido—. Sabemos que es mejor que San Diego, pero ¡mira! Aquí tienes amigos, Deb. No nos dejes.

La chica nos echó una mirada rápida y la pude ver sonriendo de soslayo.

Me dolía saber que me iba a dejar en cuanto el verano terminara. Nunca más la volvería a ver.

—No lo sé.

—No presionemos a la rubia—se rio Milo.

—Hablando de rubias...—hablé cuando vi a Sam, caminando de la mano con una morena despampanante.

Wine.

Sam estaba con ella y se notaba feliz, a pesar de que no llevaban una relación seria.

Tal vez sólo quería demostrarnos algo.

Deborah.

Al ver a Sam con Wine, se me revolvió el estómago. No tenía celos ni me enojaba verlos juntos, sólo me confundía un poco.

Porque ella era una perra, y él siempre fue algo más sentimental.

—Hola, chicos—saludó el rubio. Oculté la cara mientras le daba un mordisco a mi manzana.

—Qué hay—Enzo sonrió. Claramente le daba gracia que él se hubiera quedado conmigo y no Sam. Aprovechó para colocar su mano encima de la mía.

— ¿Cómo estás, Deb?

—Mejor que tú, creo—respondí mirando a Wine. Ésta enarcó las cejas y miró hacia otra dirección, esperando que Enzo estuviese interesado en ella. Pero no.

Vi cómo Milo apretaba los puños.

De verdad no soportaba tener a Wine cerca, y mucho menos yo. Pretendí que me agradaba por el simple hecho de no querer estar sola a principios del curso de verano.

Ahora que la conocía mejor, estaba contenta de no haber hecho amistades con ella.

—Nos vamos.

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora