d i e z

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Enzo

—¿Ya estás en la habitación?
—Uh, no. Enzo, deja de llamarme, por favor—su respiración se escuchaba alterada y apenas podía hablarme bien—. Llegaré cuando tenga que llegar.
—¿Qué están haciendo?

Deborah gimió, pero no entendía si era porque yo la hartaba o porque estaba haciendo otra cosa con Sam.
Maldita sea.

—Estamos en Seaport Village, es lo único que diré. Quédate con tu chica buena, y deja ya de molestarme.
—No estoy molestándote, quería saber si estabas bien... Si necesitas que vaya por ti, llámame.
—No será necesario—se rio del otro lado de la línea y escuché también la risa discreta de Sam—. Tengo que irme, te veré después.

Después. ¿Cuándo sería después?
Deborah se burlaba de mí por tener a Abigail, pero era más que obvio que su niño bueno era Sam.

Abi seguía dormida sobre mi regazo después de otra ronda de películas y palomitas.
Sinceramente, ya me había aburrido. Tal vez con ella podía ser un poco más blando, pero seguía sin ser mi estilo.

Moví su brazo con suavidad para retirarme de la cama. Hice que abrazara una de sus almohadas, le acomodé el cabello detrás de la oreja y le besé la frente antes de salir de su habitación.

Como por arte de magia, o la pura coincidencia, me encontré con Wine cruzando el mismo pasillo que yo.
Discretamente, se acomodó los jeans ajustados y también el busto.
Y era obvio que yo la iba a mirar después de aquel gesto.

—Hola, Enzo.
—Wine.
—¿Dónde está tu protegida?—bufó—. Gracias al cielo que no es como Abigail.

Apreté los puños.

—Gracias al cielo que no es como tú.
—Ay, cariño, claro que lo es. Me di cuenta el primer día, sólo que no tiene la suficiente confianza como para mostrarse tal cual: una perra.
—Tú sí que lo eres. Pensé que eran amigas.
—Le he hablado una vez nada más, no puedo llamar a eso una verdadera amistad—suspiró—. ¿Tienes algo que hacer, o...?

Mi mirada fue automáticamente hacia su pecho descubierto. La línea que se formaba en medio me distraía, pero hice lo posible para que no se notara.
Ella estaba señalando con su pulgar hacia atrás, y sabía que se refería a su habitación.

—No, no tengo otra cosa que hacer.

Y se lanzó hacia mí, besándome ferozmente en la boca y bajando lentamente a mi cuello.
Eso hizo que algo, muy literalmente, despertara dentro de mí.


Deborah


Sam, sonriendo, me tiró mi sujetador negro a la cara para después cerrar su cremallera y abrochar el botón de su pantalón.

—Eso es tuyo.
—Qué atento.
—Si por mí fuera, no me iría nunca de aquí—ahora yo le aventé su camiseta, pero la atrapó enseguida—. Lo digo en serio.

Supuse que quería que le respondiera lo mismo. Lo malo era que yo sí quería irme de ahí.
Era un bonito motel. Había visto el nombre de pasada, y se titulaba Karamel. Muy sutil.
La habitación era espaciosa, con una cama king size, un espejo del largo y ancho de una pared; un tocador con otro espejo y, del otro lado de la pieza, estaban el baño y la regadera.

De haber sido por mí, habríamos utilizado todo.

—¿Crees que estuvo mal?—Me preguntó cuando terminé de vestirme. Mi cabello estaba enredado y no traía un cepillo.

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora