d i e c i s é i s

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Enzo

Abigail compró dos latas de Coca-Cola. Había pensado que una era para mí, pero se reservó una. La guardó en su bolso y me miró con una sonrisa inocente bien marcada en su cara.

Ella, junto con Milo, Sam y Gerard, nos habían ido a buscar al aeropuerto. Yo no quería que fueran todos, puesto que Sam correría a buscar a Deborah, y Abi vendría con los brazos abiertos hacia mí.

Y eso fue justamente lo que pasó. Lo que más me irritó fue el darme cuenta de que Deb parecía realmente contenta por ver a Sam. Hasta se había quitado los audífonos y había guardado el iPod en su mochila.

—¿Por qué te preocupa tanto? —Me cuestionó la castaña mientras íbamos caminando al estacionamiento. Ella se había adueñado de mi brazo y, al parecer, le encantaba.

—No te entiendo.

—Quiero decir...—abrió su lata de soda y empezó a beber—. Estás enfrascado en querer alejar a Sam de Deborah, y viceversa.

—Eso no es lo que pasa, sólo no quiero que suceda lo mismo que con Wine.

—Dijiste que Deborah es diferente a Wine...

Sabía que ella disfrutaba ponerme nervioso metiendo a ambas chicas —Deb y Wine—a nuestras conversaciones. A Abigail no le interesaba; sólo quería saber qué era lo que pensaba acerca de ese tema.

Es diferente—fue lo último que dije. Tomé su mano porque sabía que, de tal modo, se callaría y me dejaría en paz durante un rato.

No dejé de observar el paso de Deborah y Sam. Ella reía o sonreía ante lo que él le decía. Parecía estar disfrutando su compañía, mientras que yo iba de la mano con una chica de la cual había estado enamorado tiempo atrás.

Ellos llegaron primero al auto, por lo que Sam se sentó en el asiento del conductor y Deb en el del piloto.

Gerard, Milo, Abigail y yo, íbamos atrás, completamente apretujados.

Así que Abi se sentó en mis piernas, consciente de lo que se avecinaba a continuación.

—¿Cómo siguió tu hermana, Deborah? —Preguntó Milo.

—Mmm, ella está bien. Me habría gustado quedarme más tiempo—se giró para responder. En ese momento se dio cuenta de que yo estaba cargándola sobre mis piernas. Nos miró durante un par de segundos y retiró la mirada—. Enzo, tienes un poco de mierda embarrada.

Gerard y Milo se rieron. Abigail chasqueó la lengua y yo callé.

Sam seguía impasible conduciendo. Al fin y al cabo, todo iba bien para él. Su cabello rubio se movía gracias al viento que entraba por su ventanilla.

Nadie dijo más nada hasta que llegamos al campus. Todos los que íbamos en la parte trasera suspiramos de serenidad al bajarnos del auto.

Gerard movió el cuello de lado a lado para desentumirlo, mientras que Milo y yo estirábamos las piernas para lo mismo.

Abigail estaba intacta, al igual que Deb y Sam.

—Abi, ¿nos vamos? —Le expresé. Quería que la pelirrosa me escuchara.

—Adelántense.

Ella se quedó con Deborah, mientras que Sam sacaba las valijas del maletero.

Deborah

Sam y yo nos miramos de reojo al ver que Abigail permanecía con nosotros.

Pude haberme burlado todavía más de su ya conocida vestimenta. Llevaba una falda a flores, una camiseta sin mangas blanca y un suéter beige holgado. Jamás en mi maldita vida me pondría algo igual.

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