v e i n t i t r é s

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Deborah

Cerré los ojos y dejé caer la última lágrima.

—¿De verdad tienes que irte ya? —Me crucé de brazos y sentí los de Enzo rodeándome la cintura, colocando su cabeza en mi hombro.

—Sí, Deb. Mi padre me espera en casa desde hace días —me respondió.

Milo cerró el maletero de su Chevy en cuanto terminó de guardar sus cosas. Sam también estaba a dos de irse junto a él.

Enzo suspiró sin decir nada.

—Significa que no volveré a verte nunca más.

—Sí, será toda una abogada increíble en Harvard.

—No voy para leyes... —contradije a Sam, quien decidió que era mejor quedarse en silencio—. Milo, por favor, no te vayas. Tenemos que abandonar el lugar todos juntos.

—Pero la única que nos abandona eres tú.

Enzo apretó el agarre para intentar, inútilmente, hacerme sentir más tranquila.

La verdad era que me entristecía demasiado la idea de no volver a ver a Milo.

Se había convertido en una parte esencial de mi vida. Nunca fui de muchos amigos, pero él, definitivamente, ya tenía un lugar ganado en mi corazón.

Él y el rubio medio sonriente compartieron una mirada, y sólo significaba una cosa: ya iban a emprender camino.

—No soy bueno para esto de las despedidas —se disculpó Milo. Enzo se alejó, dándole a entender a su amigo que no había problema alguno con que me abrazara—. Voy a extrañarte, linda rubia. Espero que sigas tan bien como ahora.

—¿A qué te refieres? —Lo recibí con un abrazo desesperado, pero no duró mucho. Me iba a doler todavía más si lo prolongábamos.

—Esa actitud, nena —pellizcó mi mejilla y asentí. A todos les gustaba es versión de mí. La nueva Deborah, como solían llamarme últimamente—. Ven a visitarnos algún día. No soy el único que estaría encantado con tu presencia —y miró a Enzo.

—Estás pasándote de la raya.

Los tres nos reímos hasta que vimos la expresión de Sam. Estaba incómodo y nadie podía negarlo.

Por una parte, me hacía sentir bien. La Deborah burlona y mala volvía a mi cuerpo cuando veía a alguien sufriendo o sintiéndose mal.

Ya lo sé. Fui una perra.

—Te veré dentro de unas semanas, hermano —Enzo abrazó amistosamente a Milo y sonreí. No quería pensar, por nada del mundo, en que ellos alguna vez se separarían. Podría decir que hasta parecían una linda pareja homosexual.

—Cuídate, por favor. Dile a tu padre que estaré por allá para el Super Bowl.

—Estará encantado —sonrió, haciéndome derretir. Hasta sentí las piernas flaqueándome—. No quiero entretenerte más.

Sam y Enzo se acercaron con timidez y tuve que retirar la mirada.

Su relación no había cambiado desde que se agarraron a golpes. De hecho, era la primera vez que se veían demasiado cerca. Por un momento creí que Enzo volvería a atacarlo, pero para bien de todos, supo controlar sus instintos.

—Adiós, Sam.

El rubio frunció los labios, asintió y se dio la vuelta.

Ni siquiera me miró y se adentró en el asiento del copiloto.

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