c a t o r c e

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Enzo

Desperté tres horas más temprano de lo habitual. Aquella diferencia horaria sería difícil para mí al no estar acostumbrado, pero daba igual. Estaba con Deborah, y nuestra relación amistosa parecía estar pendiendo de un hilo después de lo que había pasado la noche anterior en el sofá.

Deborah decidió besarme, y yo decidí aruinarlo todo diciéndole "¿Cuándo será el día en que me beses sin estar alcoholizada?" o algo así recuerdo.

Fue extraño levantarme y no sentir la típica alfombra de mi alcoba en el campus. El piso de toda esa habitación tenía azulejos más fríos que el carajo en el Himalaya. Y estaba haciendo un calor de los mil demonios, ¿quién entendía a Florida?

Después de rebuscar como loco el mando para encender el aire acondicionado, al fin lo encontré y me quedé en el suelo fresco mientras intentaba acostumbrarme al clima.

Diez minutos exactos después, mi teléfono sonó, pero estaba muy lejos del buró como para alcanzarlo. Así que me arrastré hacia él y contesté.

Maldición.


—¿Sí?

—Enzo, soy Abig...

—Sé quién eres, te tengo registrada—respondí en tono seco y distante.

—Oh, bueno... Quería hablar contigo solamente. ¿Por qué te fuiste?

Gerard no le había dicho nada.

—Tuve una emergencia.

—¿Con Deborah?


Carajo, sí le dijo.


—¿Entonces para qué preguntas que por qué me fui?

—Oye, sabes que ella no me agrada y no me gusta que estés con ella, es todo. Es mala, Enzo, es una zorra. ¡Tienes que saberlo! ¡Ella y Sam se acostaron!

—Ya me cansé de que la llames de ese modo, Abigail. No lo tolero, ella no es Wine, ¿entiendes? Deborah es simplemente Deborah. No compares.

—No las comparo, es que esa chica de pelo rosado es mil veces peor que Wine, ¡tú deberías pensar eso! —Su voz se cortó un poco, como si estuviera a punto de estallar en lágrimas—. Quiero lo mejor para ti, Enzo, pero tú eres el que parece no entender.


Una risa salió de entre mis dientes y ella gruñó. Pude imaginarla frunciendo el ceño y mordiéndose el labio cuando estaba a dos pasos de llorar.

No quería que lo hiciera, primero que nada porque odiaba escucharla y verla llorando; y segundo, porque no había razones para hacerlo. Abigail no conocía a Deborah, y esperaba que nunca lo hiciera.


—Deja el drama.

—Déjala a ella.

La mamá de Deborah habló del otro lado de la puerta de madera:

—Enzo, ¿estás despierto ya? Tenemos que desayunar e irnos.

—Voy en un momento.

—¿Con quién hablas? —Cuestionó Abby. Rodé los ojos como toda una chica harta de hablar con alguien—. Enzo, tienes que regresar... Tus amigos y yo estamos algo confundidos...

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora