t r e c e

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Deborah

Llevaba menos de cuatro horas en el hospital, pero aun así no nos habían dado ni un poco de información sobre mi hermana.

Estaba internada desde hacía dos días y estaba inconsciente. Después de un duro ataque respiratorio a su edad, era algo difícil recuperarse.

Pero Nina era fuerte y saldría de esa a como diera lugar. ¡Tenía que hacerlo!

Y ni siquiera me dejaban entrar a verla. Le llevaba un enorme oso de felpa que estaba listo para acomodarse en su habitación, dos ramos de girasoles para decorar los muebles sin vida y pizza escondida en un recipiente hermético para cuando despertara, ya que seguramente tendría hambre.

—Deb..., por favor, siéntate—me pidió mi madre, dejando a un lado su vaso de café vacío—. Yo ya estuve aquí dos días y nada ha ocurrido.

Como no me quedaba de otra, y era cierto lo que decía mamá, decidí sentarme y mantenerme al margen en silencio.

Poco después de no hacer nada, escuché voces estruendosas viniendo desde el lobby, en donde recibían a las familias de los pacientes internados.

—¡Ya le dije que sí la conozco!—Exclamó una voz conocida.

—¡No puede pasar si no es familiar!—Le gritó una enfermera encargada, y comenzó a perseguirlo hasta el pasillo donde estábamos nosotras.

Como puro instinto, me puse de pie para ver qué sucedía. Y la figura alta y algo fornida de Enzo Ayers apareció, con un oso de felpa tan grande como el que yo llevaba; tenía un listón morado alrededor del cuello de éste. También llevaba cargando su equipaje, que constaba solamente de una maleta negra.

Delante de la enfermera, iban dos oficiales bien uniformados dispuestos a atrapar a Enzo y llevarlo fuera.

—¿Enzo?—Cuestioné todavía sin entender lo que estaba pasando.

—¡Ayúdame!—Y se colocó detrás de mí como un perrito indefenso.

Los policías se detuvieron frente a mamá, quien los miraba fulminantemente con los brazos cruzados.

Pero antes de decirles algo, volteó a verme para cerciorarse de que yo conocía a Enzo, y le dije que sí con la mirada.

—¿Pasa algo, oficiales?

—No está en la lista que usted firmó.

—¡Me importa un rábano! Además, ¡trae un regalo para mi hija!—Empezó a gritar, y entonces tuve que acercarme para tranquilizarla.

—Disculpen a mi madre, está algo alterada. Y conocemos a éste chico, ya pueden irse.

Los dos policías rechonchos se dieron la vuelta, no sin antes pedir una disculpa a Enzo y a mi madre. La enfermera dejó caer los hombros y volvió a su lugar.

Mamá volvió a sentarse, casi sin prestarle atención al chico que se encontraba detrás de mí y volvió a abrir su revista Vogue.

—Eh, ¿mamá?

—¿Sí?—Preguntó sin ponerme los ojos encima. Enzo dejó su regalo a lado del mío, carraspeando. Se dio cuenta de ello y cerró la revista de golpe—. ¡Lo siento!

—No hay problema—él estiró su mano hacia la de ella y se saludaron sonrientes—. Enzo Ayers.

—Denisse Abney. Oh, qué alegría conocerte, Enzo. Nunca había conocido a un novio de Deborah.

—No somos novios—se apuró a decir antes que yo. Mamá sabía que los novios no eran lo mío.

Se limitó a asentir, avergonzada, y volvió a sentarse para seguir leyendo sus chismes.

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