v e i n t i c i n c o

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Deborah


—No es una despedida, Gerard.

El chico no me soltaba desde hacía más de un minuto. Definitivamente iba a ser difícil separarme de él, pero lo entendía.

Él se quedaría en el campus hasta que las clases comenzaran, así que prácticamente estaría solo. Tampoco querría que mis amigos se fueran y me dejaran así, pero todos volverían a estar juntos, después de todo.

Apreté un poco sus hombros para terminar el abrazo, pero no me dejó.

—¿Algún día me invitarás a Florida? —Preguntó sollozando. Sentí como si algo se rompiera dentro de mí.

—Eres bienvenido cuando quieras.

—Deborah... El taxi ya llegó—habló Enzo, con quien todavía seguían extrañas las cosas. Asentí, y fue cuando Gerard por fin me liberó—. Tengo que despedirme de mi amigo también—y lo señaló.

—De acuerdo. Te esperaré allá. Nos vemos, Gerard. Espero que me cuentes todo por Skype—le guiñé el ojo y él sonrió, después de sorber la nariz, claro.

Mis valijas ya estaban en el taxi, así que solamente me senté, saludé al conductor y esperé a que llegara Enzo.

Mis manos se sentían sudorosas y mi frente parecía brillar como Edward Cullen. Por favor, no me culpen. Mi hermana pequeña casi me obligó a ver esas películas con ella.

Cuando pasaron tres minutos, por fin el chico se introdujo en el auto y el motor se encendió para llevarnos hacia el aeropuerto.

Él no me dijo nada. Ni siquiera volteó a verme, lo cual me hizo sentir muy extraña y enojada. ¿Por qué actuaba así conmigo?

Estiré la mano a lo largo del asiento, esperando a que Enzo la viera y la agarrara. Eso fue exactamente lo que pasó, aunque eso no impidió que su boca siguiera cerrada. No me importó mucho: él ya estaba tomando mi mano y era un avance para nosotros.

Llevábamos quince minutos de viaje, cuando Enzo se inclinó hacia adelante y le susurró algo al conductor. Éste asintió de inmediato y presionó un botón, el cual cerraba el pequeño espacio que quedaba entre ese hombre y nosotros.

—Necesitamos privacidad—sonrió de lado y no dudó en besarme con entusiasmo. Sus manos encontraron el interior de mi camiseta y sentí sus dedos rozando contra mi piel del abdomen. Mis brazos se enredaron alrededor de su cuello, pero lamentablemente él terminó el beso cuando yo apenas estaba acostumbrándome a sus labios—. Bueno, no era para eso.

—No te entiendo—reí, pero internamente estaba hecha una furia. ¿Cómo podía actuar tan seco conmigo y después besarme de esa forma?

—Quiero saber algo, Deborah. Quiero saber qué va a ser de nosotros cuando tú vuelvas a casa y después te vayas a Harvard. No quiero perderte, ¿sabes?

—Las relaciones a distancia no son buenas, ni sanas, Enzo. Además, son una bobada—volteé los ojos—. No estoy dispuesta a llevar a cabo una. Y yo tampoco quiero perderte... Podremos vernos de vez en cuando.

Dejó salir una risita entre dientes, a lo que no respondí. Volteé a mirar la ventanilla y supe que estábamos a un par de kilómetros del aeropuerto.

Ya no faltaba mucho, pero tendría que enfrentarme a ésta plática.

—No estás entendiéndome—me dijo.

—Y yo no estoy comprendiéndote.

—Voy a irme contigo. Entraré a primer semestre en Harvard como tú.

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora