d o c e

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Enzo

—¿Cuándo será el día que me dejes besarte?—Le pregunté sin vergüenza. Habíamos hablado sobre tantas cosas banales que eso ya no debía ser un problema.
—Cuando esté ebria y no recuerde nada. Debiste aprovechar aquella noche que lo estuve.

La sonrisa se me borró de la cara.
Esperaba que Deborah no supiera nada de esa noche, donde afirmativamente la había besado y ella no recordó nada a la mañana siguiente.

Estábamos sentados en el suelo de la habitación. Algunas latas vacías de Heineken rodeaban nuestras piernas y ella estaba fumando, aun cuando la única ventana abierta se encontraba en el baño.

—Creo que debí hacerlo.

—Supongo—se encogió de hombros y le dio una calada al cigarro—. ¿Quieres?

—De acuerdo.

El filtro sabía a brillo labial. Y sí, conocía ese sabor. Así que se lo devolví después de dar solamente una calada.

—Invítame a salir—pidió.
—Estás... completamente loca.
—Probablemente, pero eres el único aquí que no me ha invitado a salir—pestañeó varias veces como intento de flirteo.
—De todos los que lo han hecho, sólo le has dicho que sí a Sam. Eso es patético.

Rodó los ojos después de haber dejado el cigarrillo apagado encima del cenicero.
Se sentó de rodillas y se inclinó hacia adelante como si estuviera reverenciando a alguien.

—¿Te sucede algo?
—No. Sólo me he humillado frente a ti y ahora estoy escondiéndome.
—Eso también es patético—me reí. Deborah se veía adorable haciendo eso. Su cabello rosa ni siquiera alcanzaba a tocar el suelo—. Deb, está bien. Te invitaré a salir.
—¿A dónde?—Cuestionó sin levantar la cabeza. Sus hombros se movían al compás de su respiración.
—Ya veremos. Quizás a un bar a emborracharte para poder besarnos después.

Ella se rio y tuve que hacer lo mismo para ocultar la verdad en una broma.
Eran enormes mis ganas e impulsos de querer besarla y de conocer su lado sensible, pero tenía una barrera muy grande y fuerte que me impedía acercarme y saber más acerca de ella.

Ni siquiera había pasado un mes de habernos conocido y ya me tenía enganchado sin haberla tocado una sola vez.
Aquel beso no contaba ya que ella no se acordaba.

—Mañana regresan los recorridos.
—No quiero levantarme temprano. Me gustó este lapso vacacional.

Para ella eran vacaciones.
Para mí, la única manera de seguir en el equipo de fútbol junto a los chicos.

Al siguiente día, mostraríamos en el recorrido las aulas y laboratorios donde se impartían las clases y conferencias de medicina, en cualquiera de sus especialidades.

—No serán tan temprano como antes.
—¿A qué hora?
—Al mediodía.
—Qué emocionante.

Volvió a enderezarse y recargó la espalda sobre la orilla de su cama. Algunos mechones de cabello le cubrían la cara.

—Tranquila, prometo que te gustará.
—No sabes nada—suspiró—. ¿El próximo fin de semana, entonces?—Se refería a la cita. Yo estaba como encantado mirándola. Sus labios estaban entreabiertos, dejando ver sus dientes perfectamente alineados y blancos como una perla.
—Sí, el sábado está bien para mí.
—También para mí.

Por un momento me olvidé de su actitud de mierda que tuvo conmigo al principio. Ya no se mostraba tan dura frente a mí. Parecía haber dejado a un lado la arrogancia y el orgullo, a pesar de que su apariencia física mostraba ser justamente la chica insoportable y creída de todo el condado.

PERSPECTIVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora