Pensaba que te había olvidado...

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Al día siguiente era domingo. Por la mañana había misa, precedida por una batalla para obligar a Hunter a levantarse y acudir a la iglesia. Después el alfa y la omega comieron pechugas de pollo con papas asadas sin apenas conversar. Hunter se marchó tan pronto como hubo acabado a casa de su amiga Kiki, según explicó el alfa, para ver una película.

El silencio invadió el hogar cuando Hunter se fue. Luz limpió la cocina, se puso un chándal y se dirigió a la planta baja, donde las estancias silenciosas y solitarias contagiaban una melancolía amplificada por el día brillante que se veía tras las ventanas. Intentó dibujar algún plano, pero le resultaba difícil concentrarse, de modo que se levantó de la mesa del comedor y empezó a caminar de una ventana a otra, contempló el jardín, el río helado, un nido de ardillas en el roble del vecino, las sombras azules de las ramas del arce sobre la prístina nieve. Se sentó para reanudar el trabajo, pero desistió una vez más, perturbada por los pensamientos sobre Amity y su familia dividida. Se dirigió al salón, pulsó la tecla del "do" en el piano y la mantuvo apretada hasta que la nota se apagó.

De nuevo se situó junto a la ventana, con los brazos cruzados.

Observó que en un jardín cercano un grupo de pequeños que jugaban con un trineo.

Cuando Hunter y Azura eran pequeños, Amity y ella los habían llevado, en una tarde de domingo muy parecida a ésa —brillante, deslumbradora— al parque. Habían llevado los trineos de plástico rojo en forma de bote, suaves y veloces, y elegido una colina con nieve fresca, intacta. Cuando Amity se deslizó por la pendiente, el trineo dio un giro de ciento ochenta grados, y realizó el resto del trayecto de espaldas. Al llegar abajo chocó contra una montaña de nieve, la alfa saltó del vehículo y rodó por el suelo. Ese año Amity se había dejado crecer el cabello y quedó de pies a cabeza llena de nieve. Las orejeras violetas habían desaparecido.

Cuando la Blight por fin logró incorporarse, parecía un abominable de nieve. Entonces los demás echaron a correr hacia ella sin dejar de reír, cayeron de espaldas y gritaron hasta quedar sin aliento.

Años más tarde, cuando el matrimonio empezó a perder su solidez, Amity había dicho en tono lastimero:

"Ya nunca nos divertimos, Luz. Jamás nos reímos."

Luz se apartó de la ventana y se acercó a la chimenea, que estaba apagada. La edición dominical yacía desparramada sobre el sofá. Con un suspiro, tomó las distintas secciones y empezó a ordenarlas. Desconsolada, abandonó la tarea y se dejó caer en una silla.

Permaneció sentada en silencio.

Con mil preguntas.

Marchita.

Consumida.

No le resultaba fácil llorar. Su soledad, sin embargo, era tan abrumadora que notó cómo las lágrimas asomaban a sus ojos. En un impulso descolgó el auricular del teléfono y marcó el número de mamá Camila.

Camila Noceda contestó con su jovialidad habitual:

—¿Diga?

—Hola, mamá, soy Luz.

—¡Qué casualidad! Ahora mismo estaba pensando en ti.

—¿Y qué pensabas?

—Que no he hablado contigo desde el lunes pasado y debía llamarte.

—¿Estás ocupada?

—Estaba viendo en la tele una película sobre como una pareja se volvía a reunir en medio de un viaje que realizaban en un tren.

—¿Puedo ir a verte? Me gustaría hablar contigo.

—Por supuesto, me encantaría. ¿Te quedarás a cenar? Prepararé costillas de cerdo a la parrilla con cebolla y limón encima.

TÚ & YO, ¿QUÉ PODEMOS HACER? -LUMITY ADAPTACIÓN OMEGAVERSE-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora