Galaxia
12 de febrero - París
11:30 pm
En una de mis clases de historia contemporánea, escuché el relato de una torre gigante. Una que durante años no fue más que un proyecto imposible. La loca idea de un insensato que creía poder construir una maravilla de hierro pudelado, con estructura metálica de 7300 toneladas, y una altura de 324 metros. Todo un gigante con ínfulas de poder. Edificada con la intención de demostrar el avance industrial de la nación francesa ante el mundo. Para cumplir con el aspecto de iluminación fueron necesarios 25 alpinistas experimentados, 40 kilómetros de guirnaldas, 40 mil grapas y 80 mil piezas metálicas. Todo esto impulsado por 120 kilovatios de potencia eléctrica.
El proyecto tardó en concluirse 2 años, 2 meses y 5 días. Tiempo suficiente para que se convirtiese en la maravilla arquitectónica de la ciudad parisina. A sus pies han concurrido millones de enamorados a jurar sus delirios de eternidad. Parejas que prometen su amor cubiertos de sueños rosas. Miles de mujeres que sueñan con su bonito momento bajo la enorme estructura. Entre ellas yo. Fiel impulsora de los cuentos de hadas y los finales felices. Promotora número uno de la galantería y la conquista anticuada. Pero ni en mis mejores sueños habría pensado que alguien iluminaría de negro y rojo la enorme torre solo para mí. La realidad a veces supera la ficción y en este caso, así es.
Las piezas de hierro macizo tintinean sobre mi cabeza. La enorme oscuridad que circunda me hace pensar que ideó todo esto solo para este pequeño momento. París, la Torre Eiffel, él y yo.
Su rodilla toca el piso al tiempo que mi estómago y mi cerebro se llenan de dudas. Y es que una cosa es aclamar valentía y otra muy diferente es ser valiente. Y yo de esta última, todavía no tengo mucha. Saca de su bolsillo una caja de terciopelo negra. La abre y mi corazón se desboca con la maravilla que hay dentro. El brillo del oro blanco destella ante mis ojos. No sé de donde la habrá sacado, pero es honestamente preciosa. Una pulsera color plata con pequeños dijes colgados. Seis en total: unos dados rojos, una bala, unas esposas, una placa policiaca y un rubí. Son una selección bastante específica, pero sigue siendo fantástica. Le extiendo mi mano izquierda para que pueda colocarla y sin cuidado la desliza en mi muñeca. Brilla como un maldito lucero en la oscuridad. Nuestras miradas se encuentran cuando levanto mi rostro y su expresión denota cierto desespero. Creo que está esperando algún agradecimiento de mi parte o al menos que diga algo al respecto. Pero conmigo estos detalles no funcionan del todo, las cosas materiales no me impresionan tanto como deberían y si él lo supiera, hubiese optado por algo muy diferente. Sin embargo, no negaré que esta está siendo la sorpresa más increíble de toda mi vida. Pero me niego a mostrarlo, si quiere ganarme, le va a costar mucho más que esto, y yo no voy a ponérselo fácil.
- Gracias - me limito a inmutar y su expresión se desencaja. No era lo que esperaba y me alegro.
- ¿Gracias? - sus cejas se juntan en un instante - ¿Eso es todo lo que dirás? - me encojo de hombros y vuelto a mirarla.
- Es bonita - agrego.
- ¿Bonita? ¿Es en serio? - me reprende comiéndome con los ojos.
- Si, bonita. - recalco - Estoy acostumbrada a ver cientos de obras de arte...y esta es...bonita. - su expresión no cambia con mis palabras, al contrario, el azul de sus ojos se intensifica, y eso me hace ignorarlo tomando asiento en la mesa circular con mantel de seda que está dispuesta a nuestro lado. Se queda estático pensando no sé en qué, mientras yo me mantengo indiferente. Finalmente toma asiento frente a mí. Saca una cajetilla de cigarros y enciende uno, deslizado el humo entre los dos.
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Casualidad, Coincidencia y Destino
RastgeleLo que cambió mi vida no fue conocerlo a él, sino conocerme a mí misma...esa reina capaz de doblarle las rodillas al diablo...sentarse en las piernas de Satanás y ser el Corán de Lucifer. Cuando ya has domado a tus propios demonios...no cualquier i...