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Se queda por unos instantes en silencio, y entonces pienso que la he dejado sin palabras, que mi atrevimiento la tomó fuera de base, pero es que siempre que quiero creer todo lo contrario, ella me ataca y me deja indefenso. Y desgraciadamente eso es lo que más me gusta de ella; ese lado tan perverso y venenoso que brota de su ser y de forma natural.

Saca su trasero y se mueve lentamente en círculos, despertando ese deseo que pretendía dormir para siempre. Es imposible poder retener ese gemido que escapa de lo más profundo de mi ser, pues se siente tan bien el roce de su trasero contra mi erección. Tengo una manía con su culo; tal vez son las ganas de volver a arremeter contra sus nalgas o enseñarle que, si juega con fuego, puede llegar a quemarse viva. O simplemente que quiero arrancarla de mi maldita cabeza para que no siga jodiendo mi vida.

No me quedo con las ganas de darle lo quiere. Las ganas son más fuertes que yo, por lo que, sujetando sus manos con una sola, me sostengo de ella y estampo mi otra mano en su trasero, apretando y estrechándola más contra mi erección. Ese quejido tan dulce le dio vida a cada una de mis más sucias fantasías y a mis más impuros deseos. El temblor que percibí en su cuerpo me traspasó la piel y me hizo estremecer los huesos.

Teniéndola de esta manera, moviendo la cadera voluntariamente me da a entender que también lo quiere. Si no fuera así, en primer lugar, no hubiera venido a mi habitación. Guiándome con esos movimientos tan jodidamente ricos, me muevo a la par que ella, haciendo de nuestros cuerpos la mayor fricción posible, pero la ropa me estorba; quiero sentirla piel con piel.

No conforme con ese roce, me hago a un lado y me bajo los pantalones sin pensarlo dos veces. Me encuentro tan duro por su culpa, deseando y ansiando poder acabarla como tanto lo he soñado que, al bajar su corto pijama, me maravillo con su humedad. No me sorprende para nada que no traiga puesta ropa interior, todo lo contrario, sabía que debía estar bien preparada para recibirme.

—Eres el jodido diablo — mi mano se mueve sola contra esa mejilla tan blanca que me llama a gritos.

Se sacude violentamente debajo de mi cuerpo, pero no la dejo tomar aire, vuelvo a estallar mi mano en su nalga viendo con suma atención como su piel va quedando rojiza. Además de que ese quejido lleno de placer es muy satisfactorio.

—Que salvaje — le cuesta hablar, más no veo intención de querer alejarme—. Por fin estás mostrando ese hombre que llevas por dentro, Messer.

Sonrío, mas no le respondo nada. La suelto y bajo hasta quedar cara a cara con su trasero, abro sus piernas de par en par y ataco su vagina instantáneamente. Por lo húmeda que se encuentra, mi lengua se desliza con suma facilidad entre sus pliegues y en ese punto que tan sensible se encuentra. Sus gemidos lo confirman, sus temblores no me dejan dudas y esa manera de presionarse más contra mi cara, me hincha cada vez más; lo está disfrutando tanto que ha olvidado por completo que soy a quien más odia en la vida.

Sumo al juego de mis lamidas y succiones un dedo, empujando y derritiéndome en sus entrañas. Se siente tan caliente, estrecha y húmeda que apenas si puede controlar los gemidos que escapan de su boca. Sacudo el dedo con violencia en su interior, a la par que tiro de su clítoris con mis dientes y la escucho maldecir más de una vez. Ese sabor es un jodido veneno, no sé por qué presiento que esto que estamos haciendo será nuestra perdición.

La humedad es notoria, pues la forma en la que me retiene y el chapoteo que se escucha de mi dedo entrando y saliendo de su interior lo deja muy en claro. No puedo soportar más, necesito sentirla y liberar toda esa frustración que ella ha provocado con sus constantes insinuaciones y sus malas palabras.

No la dejo recuperar el aliento ni mucho menos hablar. Tras conectarla de una ruda y potente estocada, un fuerte temblor nos sacudió a los dos. Mis sentidos perciben la paz, pero no es suficiente, lo quiero todo de ella. La someto, de esa única forma en la que no pueda rebatirme con ninguna palabra. Incluso su cabello me pide a gritos que me aferre de el y la acribille contra la cama.

Perdido en su calor interno y en esos gemidos tan dulces que deja escapar con cada uno de mis fuertes empujones, la tomo del cabello y la obligo a levantarse de la cama, de manera que su espalda queda curvada y su culo en pompa para seguir recibiéndome tan bien. Su vagina se ajusta alrededor de mi pene, tragándome cada vez más y succionándome maliciosamente para retenerme en sus entrañas. Hasta he olvidado que ella es mi sobrina, y que estoy haciendo muy mal en hacerle esto, pero no quiero y tampoco puedo detenerme. Es como si alguien muy diferente a mí hubiera tomado el control de mis acciones y de mi mente. No dejo de pensar en la una y mil maneras en la que quiero someterla a mi voluntad; sin embargo, a la condenada chiquilla le encanta, además de que tiene ese poder para que cualquiera pierda la noción del tiempo cuando está tan enredado en sus redes. 

Deseos Prohibidos[En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora