Introducción

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Observé atentamente su rostro, perdiéndome en sus ojos color marrón que brillaban en él una chispa especial. Era de tez oscura como quemado por el sol, me encantaba por el contraste que hacía con mi piel casi pálida. Su lunar en la mejilla le daban ese toque sexy y su cabello negro caía de manera desordenada encima de sus hombros. La sonrisa que se dibujaba en su rostro era perfecta y dulce. No era el típico chico que por su encantadora forma de ser puede enamorar a cualquiera, si no más bien era serio, reservado, misterioso, callado y tímido, la cual, para mí, sí lo era. Siempre me ha gustado ese tipo de hombres. Aquellos que esconden un mundo interior fascinante detrás de una fachada reservada. 

No era el chico más popular del instituto, pero sí robaba unas ciertas miradas de algunas chicas que lo observaban desde lejos, intrigadas por su aura enigmática. Yo era una de ellas, pero mi interés iba más allá de una simple atracción superficial. Me fascinaba la idea de descubrir quién se escondía detrás de esos ojos profundos y sonrisa tímida. 

Aunque no éramos amigos cercanos, nuestros caminos se cruzaban a menudo en los pasillos del colegio. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, sentía como si una descarga eléctrica recorriera mi cuerpo. Había algo en él que me atraía irresistiblemente, algo que me impulsaba a querer conocerlo mejor. Sin embargo, siempre he sido de esas mujeres que si un chico quiere salir conmigo tiene que ser él el que tome la iniciativa, nunca me ha gustado ser yo la que la tome, así sea que me guste demasiado y me esté quemando por dentro por hablarle y ser algo más que amigos. Siempre trataba de controlar mis impulsos y tratar de olvidarme de esa persona, la cual siempre lo lograba con éxitos, igual casi nunca me pasaba. Anteriormente, solo dos veces me sucedió cuando tenía 14 y luego 15 años y desde ahí ya no había vuelto a suceder hasta ahorita con mis 17 años de edad. 

Para hablarles un poco de mí, yo era una chica común y corriente, si bien es cierto que había tenido mis enamorados, pero nunca me han gustado, por mala suerte los dos que me gustaron nunca se imaginaron que a mí me gustaban, pero no importaba porque yo no les gustaba a ellos. El típico me gusta, no le gustas, no me gusta, le gustas. Yo no era la más popular, pero si tenía mis amigas, la cual éramos cinco contándome a mí, yo tenía una autoestima saludable, no me creía fea, pero tampoco la más guapa y superior que las demás. Mis calificaciones eran promedio, apenas para poder pasar los años del colegio. 

Desde niña he crecido en un hogar creyente, mis padres me llevaban a la iglesia desde que era bebé, siempre conociendo de la palabra de Dios, desde los 16 tomé la decisión más importante de mi vida que era aceptar a Jesús como señor y salvador, la cual nunca me he arrepentido y si tuviera que volver hacer esa aceptación en mi vida lo haría cuantas veces fueran necesarias. Crecí en un hogar amoroso, lleno de mucha alegría con mis padres y yo. Yo era hija única, la cual me chinearon más de lo que deberían. 

Bueno, volviendo al chico que me gustaba, su nombre era José, tenía dos años más que yo, pero se había quedado varias veces, él estaba en otra clase. Él tenía una novia, la cual a mí nunca me gustaban los hombres comprometidos, siempre  que un muchacho me iba a gustar, pero me daba cuenta de que tenía novia inmediatamente trataba de ya no prestarle atención para no ilusionarme solita y no interponerme en ninguna relación, ya que eso sería muy poco ético. Sin embargo, por más que traté que José me dejara de gustar, no lo logré, cada vez me gustaba más. Pero tomé la decisión de nunca contarle mis sentimientos a nadie, ni siquiera a mis, amigas, ya que ellas iban a salir corriendo a decirle eso al muchacho pensando que me iban a hacer un favor, pero yo sabía que la que iba a salir afectada era yo, porque el chico ya tenía una relación. La cual, yo sé que a ellas eso no les importaban porque andaban alborotadas. 

Mis amigas tenían un grave problema, la cual cuando tenían esas actitudes que prefería apartarme de ellas, no me sentía cómoda. Estaban enamoradas de tres chicos, uno era alto, delgado, con el cabello ondulado rubio y ojos azules, con una sonrisa encantadora, el otro chico con ojos de color marrón, un cabello hermoso de color castaño y lacio que le llegaba hasta las orejas, de tez pálida, de menor estatura, pero con una sonrisa pícara y el último chico era alto moreno y con ojos de color miel. Yo trataba de parecerme lo menos posible a ellas y tratar de ser la más madura del grupo. 

Secuestrada por un conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora