Capítulo 28

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Desperté sintiendo el peso de un brazo rodeándome. Al principio, aún en ese limbo entre el sueño y la realidad, no comprendí qué estaba pasando. Pero luego, cuando la calidez familiar del cuerpo a mi lado se hizo evidente, el pánico me golpeó de golpe.

José.

Mi respiración se aceleró, y sin pensarlo, me aparté bruscamente, levantando el brazo que me envolvía como si me quemara. Sentí cómo mi corazón martillaba contra mis costillas, como si intentara escapar también. ¿Cómo había terminado aquí, abrazada a él?

Emily, tranquila... —murmuró José con su voz grave y adormilada, mientras intentaba volver a sujetarme. Sus ojos seguían cerrados, y su rostro mantenía esa extraña expresión de calma, ajena a mi creciente terror.

Me deslicé rápidamente hacia el borde de la cama, alejándome lo más posible sin causar ruido. Mi mente todavía estaba nublada por los eventos de la noche anterior. Las preguntas sin respuesta, las mentiras que flotaban en el aire, el vacío en las redes sociales, las chicas que recordaba pero que aparentemente nunca habían existido.

¿Qué haces? —preguntó José, entreabriendo los ojos mientras se incorporaba lentamente, mirándome con una mezcla de sorpresa y molestia—. ¿Estás bien?

Lo miré, el miedo retorciéndose en mi estómago como una serpiente. No, no estaba bien. Nada de esto estaba bien.

¿Por qué me estabas abrazando? —pregunté, tratando de mantener la calma en mi voz, aunque el temblor era evidente. Mi piel todavía sentía el peso de su contacto, y quería gritar.

Porque te amo, Emily. Estabas teniendo una pesadilla... pensé que necesitabas que te protegiera —dijo él, su tono suave, pero algo en sus palabras me estremecía de la peor manera.

Me aparté más, poniendo una barrera invisible entre nosotros.

No me abrazabas para protegerme. Yo... —me llevé las manos a la cabeza, las imágenes del día anterior golpeando mi mente—. Las chicas, José. Tu ex novia. Sé lo que vi, aunque no haya pruebas. Recuerdo lo que pasó.

José frunció el ceño, esa expresión calmada desmoronándose lentamente.

—Emily, por favor, no empieces con eso otra vez —dijo, su tono ahora más firme—. No hay nada, ¿entiendes? No hay ex novia, no hay víctimas. Solo nosotros. Ya te lo he explicado mil veces.

Me levanté de la cama, mi cuerpo temblaba. No podía estar cerca de él. No podía soportar más la incertidumbre. La realidad se deslizaba entre mis dedos, y necesitaba respuestas.

—No estoy loca, José —dije, más para convencerme a mí misma que a él—. Hay algo que no cuadra, y no voy a quedarme aquí a esperar que todo se aclare solo. Hoy buscaré respuestas, con o sin tu ayuda.

Él me miró en silencio, sus ojos oscuros reflejaban algo que no podía descifrar. Era una mezcla de control y frustración, de miedo y... algo más.

—Veamos qué encontramos, entonces —dijo finalmente, su voz suave, pero su mirada intensa—.

Pasaron horas mientras José y yo navegábamos en internet, buscando cualquier rastro de las chicas que recordaba. Comenzamos con su exnovia, la que decía que nunca había existido. Revisamos todas las redes sociales, todos los medios locales, pero no había nada. Ni una sola mención de ella. Era como si nunca hubiera vivido. No encontré ninguna noticia relacionada con su muerte, ni una foto, ni una publicación. Era un vacío absoluto.

El aire se sentía denso a mi alrededor, como si una fuerza invisible intentara aplastarme. Algo estaba muy mal.

José permanecía a mi lado, observándome mientras hacía clic tras clic, cada vez más frenética, buscando en foros, archivos viejos, cualquier cosa. Finalmente, cuando estaba a punto de rendirme, encontré una mención. Un solo comentario en un blog olvidado.

Secuestrada por un conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora