Epílogo

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El eco de las puertas de la prisión cerrándose detrás de Emily marcó el inicio de su nueva realidad. Cada día dentro de aquellas paredes grises y solitarias la obligaba a enfrentarse a sí misma, a sus decisiones, y, sobre todo, a los recuerdos que ahora la atormentaban. Al principio, trataba de negar lo que había visto en el video y lo que había leído en la carta de José. Pero con el paso del tiempo, algo dentro de ella comenzó a quebrarse.

Empezó a recordar.

Recordó los primeros días con José, cómo se conocieron cuando eran jóvenes, la sonrisa cálida que siempre la hacía sentir segura. Recordó los momentos en que se tomaban de la mano caminando por el parque, las risas compartidas en la cocina mientras preparaban la cena, y cómo él siempre cuidaba de ella, incluso en los detalles más pequeños. Entonces vino el accidente. Y después de eso, su vida se desmoronó, pero no porque José la hubiera secuestrado o hecho daño, sino porque su mente había creado un mundo para escapar del dolor y la confusión.

Cada recuerdo que volvía a su mente era una punzada de dolor, pero también un alivio. Porque, poco a poco, se daba cuenta de que la verdad siempre había estado ahí. José había sido su esposo, su amigo, su protector, y ella, cegada por el miedo y las ilusiones, había tomado una decisión devastadora.

Una noche, mientras yacía en su pequeña celda, Emily cayó de rodillas. Con las lágrimas corriendo por su rostro, levantó los ojos al cielo y susurró:

"Dios, perdóname. Perdóname por todo lo que he hecho. Fui ciega y sorda a tu amor y al amor de José. Estaba perdida en mi propio dolor y permití que eso me consumiera. Hoy te pido que me liberes de esta culpa y que me des paz en mi corazón. Sé que ya no puedo enmendar lo que hice, pero te entrego mi alma. Dame tu perdón, Señor."

En los días siguientes, Emily empezó a acercarse a Dios con más fervor. Encontró consuelo en la Biblia, y cada vez que cerraba los ojos para rezar, podía sentir la presencia de José en su corazón. Sabía que, de alguna manera, él la había perdonado. Ahora, lo que le quedaba era encontrar la redención espiritual.

El tiempo en prisión transcurrió lentamente, pero Emily encontró en la fe una paz que no había sentido en mucho tiempo. Sabía que su vida terrenal estaba marcada por lo que había hecho, pero también comprendía que la verdadera libertad la encontraba en su relación con Dios.

Un frío día de invierno, años después de haber ingresado a prisión, Emily se acostó en su pequeña cama de metal y cerró los ojos. Su corazón, finalmente en paz, dejó de latir mientras una suave sonrisa se dibujaba en su rostro. Había encontrado la redención que buscaba, y ahora estaba lista para reunirse con José, con sus padres y con Dios.

En su muerte, Emily encontró la libertad que tanto había anhelado, no en escapar físicamente, sino en la paz de su espíritu.

Secuestrada por un conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora