Capítulo 22

2 0 0
                                    

Como había dicho, mi creencia en Dios era muy grande, pero a la vez me sentía que le fallaba al darle tantas oportunidades a alguien que solo me lastimaba. Verás, lector, lo hacía porque pensaba que si él se iba de mi vida, podría quitarse la vida. Sentía un peso enorme en mis hombros, una responsabilidad que no debería haber cargado. Esa preocupación constante me mantenía atada a una relación que me hacía daño.

Un día, José me dijo que había aceptado a Jesús como su salvador. Para mí, esa fue la mejor noticia de mi vida. Mi emoción era gigantesca; imaginé un futuro lleno de esperanza y renovación. Pensé que finalmente había llegado el momento de su cambio, que podríamos construir algo hermoso juntos. Sin embargo, como pudiste darte cuenta, esa esperanza fue en vano. Nunca vi el cambio que tanto anhelaba; seguía siendo el mismo patán de siempre.

Las semanas pasaron y mi corazón se desgarraba cada vez más. Lloraba mucho por él, sintiéndome completamente desesperada. A pesar de mis esfuerzos por ayudarlo, la realidad era que él no estaba dispuesto a cambiar. La frustración y la tristeza se apoderaron de mí, y cada día se hacía más difícil enfrentar la situación.

-"No puedo seguir cargando con este peso. No puedo ser la única que sostenga a alguien que no quiere cambiar." Me repetía una y otra vez. 

Dios me estaba diciendo a gritos que me fuera de la vida de José, pero yo no hacía caso.

-Dios, ¿por qué me haces sentir así? ¿Por qué no puedo simplemente dejarlo ir?

Era como si estuviera atrapada en una telaraña de emociones. Sabía que Dios quería lo mejor para mí, que merecía un amor que me hiciera sentir valorada y respetada. Sin embargo, cada vez que intentaba dar el paso de alejarme, la culpa y el miedo se apoderaban de mí.

Otras cosas que hizo José me hicieron sentir aún peor. Una de tantas fue que comenzó a llamarme en las madrugadas completamente ebrio. Al principio, su tono era dulce y cariñoso. Me decía cosas bellas, palabras que solían hacerme sentir especial y apreciada. Pero, como siempre, esa ilusión duraba poco. En cuestión de minutos, la conversación tomaba un giro oscuro. De repente, comenzaba a insultarme, a menospreciar mis sentimientos y mis preocupaciones. Las palabras que antes eran dulces se convertían en dagas, y yo me encontraba atrapada en un ciclo de amor y dolor. Era como si disfrutara de jugar con mis emociones, llevándome de la euforia a la tristeza en un abrir y cerrar de ojos.

-¿Por qué me haces esto, José? ¿Por qué no puedes simplemente ser sincero?

Al final de cada llamada, él se hacía la víctima, diciendo que nadie lo quería, que estaba solo en el mundo. Esa manipulación emocional me dejaba sintiéndome culpable por querer alejarme. Era un juego cruel, y yo era la que siempre perdía.

-Nadie me entiende, Emily. Solo tú te preocupas por mí. ¿Por qué me dejas solo en mis momentos de necesidad?

Sus palabras resonaban en mi mente, y aunque sabía que no debía dejarme llevar, la culpa me mantenía atada. Me sentía atrapada en un ciclo tóxico, donde el dolor se convertía en mi carga. A pesar de mis intentos por establecer límites, cada llamada se convertía en una montaña rusa emocional. La confusión y la desesperación crecían dentro de mí. Sabía que debía protegerme, pero cada vez que intentaba alejarme, él encontraba la manera de hacerme sentir culpable por su sufrimiento.

Una prueba más, mi querido lector, de que estaba viviendo un infierno lleno de inseguridades, fue una vez en que José me contó que había estado con una prostituta antes. Me lo dijo con una frialdad que me heló la sangre. Tenía una herida en su cuerpo, y aunque no le dije nada en ese momento, la imagen de su confesión se quedó grabada en mi mente.

Secuestrada por un conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora