Capítulo 31

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Cuando el sol comenzó a asomarse por la ventana, me desperté con la sensación de que había pasado una eternidad en esa cama. Me levanté, aun con una mente nublada por la confusión, pero con la determinación de enfrentar el día con una actitud más clara. Quizás al enfrentarlo, encontraría las respuestas que tanto necesitaba.

Me desperté temprano y, al ir a la cocina, encontré un pequeño papel en la mesa. José había dejado un mensaje que decía que saldría a comprar algunas cosas y que el desayuno estaba preparado para mí. Aunque la idea de un desayuno preparado me parecía amable, no podía evitar sentir una creciente angustia. Me sentía atrapada en una situación que no comprendía del todo.

Decidí comer algo para intentar recuperar fuerzas y aclarar mis pensamientos. Mientras comía, pensaba en escapar, en buscar una manera de salir de esa casa y encontrar ayuda. Pero pronto me di cuenta de que todo estaba cerrado con llave. Las ventanas, las puertas, todo estaba cuidadosamente asegurado. No había teléfonos ni computadoras a la vista. Me sentía completamente incomunicada, como si estuviera en una prisión moderna.

Mi mente giraba en torno a la idea de que esto era, en efecto, un secuestro, a pesar de las afirmaciones de José de que todo era para mi propio bien. Decía que había creado una nueva vida mientras estaba en coma, una vida en la que él no estaba presente. La idea de que mis recuerdos podían ser fabricaciones me hacía sentir desesperada y desorientada.

Sentada en la cocina, mi mente estaba en caos. Cada rincón de la casa parecía ser un recordatorio de mi falta de libertad. La idea de que José me estaba "protegiendo" de alguna manera extraña y distorsionada solo aumentaba mi angustia. La confusión que sentía era paralizante; no sabía si los recuerdos eran reales o si todo estaba distorsionado, por lo que él me decía.

Me levanté de la mesa, decidiendo que debía hacer algo para encontrar una salida. Empecé a revisar la casa, buscando cualquier pista o herramienta que pudiera ayudarme a escapar. Rebusqué en los armarios, en los cajones, en cada rincón que pudiera tener algo útil. Sin embargo, cada intento parecía estar limitado por las medidas que José había tomado para asegurar la casa.

Mientras buscaba, sentía una creciente desesperación. Cada momento que pasaba sin encontrar una solución solo aumentaba mi ansiedad. Me preguntaba si había alguna manera de comunicarme con el mundo exterior, algún método para hacer que alguien se diera cuenta de mi situación.

Finalmente, me senté en el suelo de la sala, intentando calmarme y pensar con claridad. La idea de que José estaba controlando mi vida de una manera tan meticulosa me hacía sentir impotente. Sabía que debía encontrar una forma de obtener ayuda o al menos de hacer que alguien supiera dónde estaba.

En ese momento, escuché el sonido de un coche llegando al garaje. Mi corazón se aceleró. José estaba de regreso. Sabía que debía actuar rápidamente, pero el miedo y la incertidumbre me paralizaban. Me pregunté si podría encontrar una forma de hablar con él, de obtener información o, al menos, de ganar tiempo para seguir buscando una forma de escapar.

José entró en la casa con bolsas de compras, su rostro relajado y sonriente. Cuando me vio, su expresión se tornó un poco más seria, pero intentó mantener su actitud calmada.

—Buenos días, amor. —dijo, colocando las bolsas en la cocina—. Espero que hayas pasado una buena mañana. ¿Cómo te sientes?

Lo miré con una mezcla de frustración y determinación.

—José, necesito hablar contigo. —dije—. No entiendo por qué estoy aquí. Todo lo que me has contado no tiene sentido. Quiero saber la verdad.

José suspiró y se acercó a mí, tratando de mantener una expresión comprensiva.

Secuestrada por un conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora