Yo le veía, le admiraba, le husmeaba en la mirada,y dos velas blancas le alumbraban, yo le veía, a escondidas regando flores amarillas, si, yo le veía, llevaba hilos enredados, harapos desgastados, rodillas raspadas, en sus hombros se columpiaba un bolso atascado de papeles viejos, migas de pan, tickets de metro, llaves pérdidas, monedas bailando, ella no cargaba con nada, nada que le fuese muy pesado, siempre andando a la ligera, sonreía con sorpresa y la esperanza entraba en mi cabeza, caminaba con paciencia, su tan tranquilo caminar le hacía siempre llegar impuntual, y yo detestaba la impuntualidad, con indulgencia le podía perdonar sus llegadas lentas, tardías con paciencia se que podría incluso entrar en su habitación y perderme entre tickets de pasajes olvidados, recuerdos estancados, libros releídos, periódicos de años pasados, revistas sin husmear, el humo de tabaco, el aroma a café con canela ahogando las paredes, el desorden, el orden, se que podría vivir entre su catástrofe de objetos perdidos, en el tumulto de esperanzas, en sus palabras tibias, un desbarajuste a mis días, no lo lamentaría.
Yo vivía en una hecatombe de desventura, en una bola de nieve, en una torre de orden, en una jaula vacía, lo único más cercano a vivir como ella era un paraguas ya gastado que me rehusaba a tirar porqué me parecía que había llevado una buena vida, y no podía terminar solamente en un tacho de basura, o en medio de una calle perdido, preferiblemente adornando la entrada de mi morada, esperando pacientemente un chaparrón.
Día a día cargaba con un traje recién planchado, sin hilos revoloteando, dos zapatos inmaculados, un portafolio apunto de estallar en llanto, una agenda sin espacios vacíos, un café de una máquina que sabrá dios quien se encargue de ella, yo no caminaba despacio, yo no sonreía con sorpresa, la mayoría del tiempo cargaba con la misma mueca, yo no coleccionaba papelería vieja, siempre miraba el reloj en mi muñeca izquierda y no siempre veía la vida como ella le veía, ella se sentía como un beso del sol, un respiro, una mañana, una vida, el carmesí besaba sus mejillas, llevaba las manos vacías, un día yo le veía, como fue que un día solo quería plantarle flores amarillas...